11 de agosto de 2010

Cruz de Navajas: Capítulo X

Capítulo X:

Caída

Carlisle Cullen tomó asiento frente al resto de su familia. Su esposa, quien se miraba preocupada, lo abrazó suavemente. Todos a su alrededor permanecieron en silencio, esperando que el líder del clan rompiera la incomodidad del momento. No lo hizo.

-¿Qué pasa con la chica?- preguntó Emmett, sin poder soportar su curiosidad. La mirada reprobatoria de Esme lo hizo arrepentirse, pero todos deseaban saber la respuesta.

-No lo sé con certeza, hijo.- el hombre se veía insatisfecho, como si se tratase de un caso sin solución. –Ella es tan distinta al resto…- Y así era. Isabella Marie Swan Vulturi era una exterminadora, entrenada por la realeza vampírica. No era una más del montón, sino una inmortal con un poder indescriptible.

Edward se levantó y subió las escaleras. La figura de la joven de orbes violetas se encontraba recostada en el sofá de su habitación. El vampiro de ojos dorados se arrodilló a su lado, acariciando las mejillas pálidas y frías. No podía soportar esa verdad, pero la chica ante él estaba muriendo. Parecía imposible, algo descabellado, pero era cierto.

-Bella…- susurró suavemente. No pudo soportarlo, quería que sus ojos se abrieran de nuevo. Levantó la mano de la chica y clavó sus dientes en la misma muñeca donde Heidi lo había hecho décadas atrás. La sensación no fue diferente a la sentida al tratarse de un humano, excepto por la sangre inexistente.

Comenzó a preguntarse una y mil veces si eso serviría de algo, pero sus dudas se fueron cuando Isabella se movió torpemente en el sofá. Su pecho comenzó a subir y bajar de forma exagerada, sus mejillas enrojecieron y perdieron su color en un segundo, sus labios se separaron y gritó. Todo aquel dolor reflejado en sus facciones solo era posible ante el veneno de un depredador inmortal.

Carlisle Cullen subió a gran velocidad las escaleras, apartando de un empujón a su hijo mayor de la joven. Sus ojos mostraban reproche, pero tras todo el malestar por una decisión tan repentina podía percibirse una duda infinita ante las convulsiones de ese frágil cuerpo ante ellos. No había forma de saber lo que ocurría. Todo era cuestión de tiempo.

&'

Los pies de Edward Cullen lo guiaban una y otra vez por la misma línea invisible de su habitación. Iba y venía, deteniéndose sólo para contemplar a la vampiresa inconsciente ante él. La familia había desistido de sus intentos de estar cerca del chico, por lo que todos habían salido de casa.

-Bella, por favor…- sus ruegos no habían surtido efecto en los últimos tres días, el tiempo estimado para la transformación. Aún así, él seguía insistiendo. –Bella, cariño, tienes que abrir los ojos…- sus blancos y largos dedos siempre acariciaban las frías mejillas de su compañera, quien permanecía en un profundo sueño.

Isabela Swan estaba atrapada en un mundo de sombras, igual al que la había hecho presa la noche en que su madre fue asesinada por una bestia sin sentimientos. Recordaba la transformación en el callejón y su llegada a Volterra, nada comparado con esto que sentía. Inicialmente le había dolido ser mordida, pero pronto eso pasó. Ahora solo quería abrir los ojos.

-Bella, tienes que hacerlo…- los lamentos de Edward se fueron colando uno a uno en la vampiresa, quien intentó con todas sus fuerzas volver a esa realidad tan lejana y distorsionada. Sabía que su regreso a Italia no demoraría, pero aún debía dar las gracias a esa familia que le había brindado un apoyo tan necesitado en el momento oportuno.

Isabella abrió los ojos lentamente, sintiéndolos extraños. Pudo distinguir a Edward recargado en la pared contraria al sofá, dándole la espalda. Una pequeña sonrisa se formó en sus labios al leer los pensamientos del vampiro, quien recordaba las ocasiones que había estado cerca de ella. El primer y accidentado encuentro en el prado, el beso en el estacionamiento… Pensaba en ella, y eso le gustaba.

&'

-Ha despertado.- sentenció Alice a mitad de la cacería. Sus hermanos se detuvieron a centímetros de ella, esperando la decisión de Carlisle. –Creo que debe estar con Edward.- murmuró entre risas la chica de negros cabellos. Sus padres asintieron conscientes del sentimiento tan profundo que albergaba el primero de sus hijos en su corazón.

Los Cullen estaban al tanto del cariño que escondían los ojos dorados de aquel chico tan serio y solitario. Les alegraba saber que la razón de su cambio estuviera recuperada una vez más.

&'

Isabella se movió rápidamente, sin dar oportunidad a Edward de percatarse de su despertar. Se acercó a él y pegó su cabeza a la fuerte espalda del muchacho, quien suspiró su nombre con alivio. Edward estaba prisionero entre una pared y aquella frágil criatura que descansaba en él, pero no le importó una vez Isabella le rodeó.

-Edward.- había susurrado ella antes de que él decidiera girarse y quedar frente a frente. Dos pares de ojos dorados se contemplaron uno al otro. El chico mostró cierta incredulidad en sus facciones, lo que alertó a la castaña de algo fuera de lo común. En un segundo ya no se encontraba ahí.

Edward había salido de la habitación a paso lento, intentando saber donde se encontraba la chica, sin escuchar un solo ruido en la casa. La idea de su partida le aterró, pero pronto dio con ella. Isabella se encontraba de pie frente al espejo del baño, mirando con recelo sus ojos de un matiz dorado.

-Bella.- la voz de terciopelo la regresó al mundo de nuevo. Sus miradas chocaron de nuevo y esta vez fue Edward quien se acercó lo suficiente para abrazarla. Ella no dijo nada, pero se refugió entre los fuertes brazos que la aprisionaban.

Sin embargo, cientos de preguntas rondaban la mente de la vampiresa, quien se sentía terriblemente intimidada por esos ojos dorados que la miraban desde el espejo. ¿Cómo había pasado eso? Los Vulturi se entretendrían mucho con eso, burlándose de ella y buscando una explicación lógica.

-¿Por qué son…dorados?- preguntó de repente, en un susurro, tocándose el rostro.

-Tu corazón se detuvo.- comentó Edward, guiándola de regreso a su habitación. –Tuve que morderte.- Bella se quedó helada, asimilando esa simple información. -¿Qué sentiste?-

No sabía si había o no sentido algo. Buscó en su mente alguna sensación, algún recuerdo, pero no había nada. Sólo oscuridad. Una visión la abrumó mientras pensaba. Era ese día o nunca. Debía confesarle a Edward la verdad, decirle quien era. Pero, ¿la rechazaría? Negó con la cabeza una y otra vez, tratando de apartar esas ideas de su mente. Sin embargo, no podía pensar que él vería todo con buenos ojos.

-Isabella.- le llamó Edward de nuevo, pasando su mano frente a los ojos de la chica. Ella le contempló fijamente con esos ojos color oro. Debía admitir que seguía siendo hermosa, aún cuando su mirada violeta se hubiera perdido. -¿Pasa algo?- se golpeó mentalmente por preguntar tantas veces lo mismo, pero realmente estaba preocupado por aquella joven de castaños cabellos.

-Hay algo que debes saber.- él la miró con desconcierto pintado en sus finas facciones. ¿Qué es lo que deseaba decirle la joven? ¿Tan importante era como para discutirlo en un momento tan tenso como aquél? Asintió, dispuesto a escucharla. –Yo no soy quien crees.- comenzó, sintiéndose dentro de una absurda película romántica. –Soy una asesina.- bajó el rostro, mirando el piso.

-¿Lo dices por lo de tu padrastro?- preguntó. –Yo entiendo eso. Si hubiera estado en tu lugar…- ella no le dejó continuar. No era así.

Isabella lo miró directamente a los ojos y le acarició con el dorso de la mano una pálida mejilla. Edward cerró sus ojos, dejándose llevar por esa suave caricia. Ella colocó sus palmas contra las mejillas y las dejó ahí, rogándole que la mirase, y el obedeció. Sus orbes doradas emitieron un brillo extraño, tornando sus ojos más oscuros, como dos pozos de chocolate fundido.

-Bella, ¿qué…?- no pudo terminar, se había quedado sin palabras. Comenzó a ver en su cabeza, como si fuera una película, la vida de la joven Swan. Su infancia y adolescencia, ese pasado que les había narrado, su despertar. Un escalofrío le recorrió cuando vio ante sí a los tres gobernantes vampíricos. Aro, Cayo y Marco le sonreían con admiración, al tiempo que la conducían por aquellos oscuros pasillos y la presentaban a la guardia real.

Edward quiso saber más al instante. ¿Qué hacía ella en un lugar como ese, con esa gente? Tardó en darse cuenta que ella era parte de los Vulturi. Cuando lo hizo, su desconcierto fue tal que tuvo que parpadear varias veces, incapaz de concebir tal idea. Presenció las diversas cacerías de la mujer, quien conducía a los humanos indefensos a aquellas viles bestias sedientas de sangre y poder. Gimió al escuchar los gritos de aquellas personas muertas en manos de esos seres nocturnos.

Isabella mantenía los ojos cerrados, diciéndose a sí misma que todo saldría bien al final. No daba crédito a lo que estaba haciendo. ¿Por qué le contaba todo aquello a Edward Cullen? ¿Qué lo hacía tan especial?

Las primeras misiones de exterminio lo dominaron completamente, volviéndolo incapaz de apartarse de aquellas imágenes que por momentos deseaba apartar de su mente. ¿Cómo una criatura tan hermosa podía volverse un demonio de esa forma? Sin embargo, en su interior sabía que ella sólo realizaba el trabajo que le había sido demandado y, a su vez, protegía la existencia de su especie.

No justificaba tantas muertes al decir eso, pero si se reconfortaba con la idea. Isabella Marie Swan Vulturi era una exterminadora, poseedora de grandes habilidades y dones. Entendió a la perfección por qué se encontraba en Estados Unidos y la razón por la que se había relacionado con aquella vampiresa de cabellos rojos. Todo se fue aclarando. Y en ese momento, aún viendo lo que ella había vivido, se dio cuenta que estaba enamorado de esa vampiresa. Y nada podría cambiarlo nunca.

Isabella retiró las manos de su rostro, esperando una reacción. Sabía que Edward la rechazaría tan pronto fuera capaz de hablar de nuevo. Suspiró resignada, esperando lo peor. Unos brazos la atrajeron hacia un duro y frío pecho. Una de las manos del chico la sujetó por la cintura y la otra se enredó en sus cabellos cafés, acariciándolos. Ella se dejó abrazar, con la mente echa un caos total. ¿Qué significaba aquello?

-Bella, yo…- Edward no encontraba palabras para decir aquello que deseaba. ¿Cómo hacerlo?

-¿Crees que soy un monstruo?- cuestionó ella, devolviéndole el abrazo. Él negó; no sería capaz de algo así. –Gracias.-

Ambos permanecieron en silencio, abrazados. Edward sabía lo que deseaba en ese momento y no se iba a detener hasta conseguirlo. Bella conocía lo que él más anhelaba y lo iba a dejar intentarlo. Los muros habían caído y él la conocía en realidad. Cerró los ojos, disfrutando la cercanía de Edward, deseando no separarse de él nunca. Ambos se necesitaban, no había duda.

Edward la apartó un poco, para luego colocar unos cabellos rebeldes detrás de su oreja. Ella sonrió, con un nuevo brillo en su mirada. Se permitió acariciarle la mejilla, escuchándola suspirar suavemente. Antes que alguien rompiera aquella burbuja mágica o alguno de ellos decidiera hablar de lo ocurrido, el hijo de Carlisle acortó la distancia que los separaba.

Los labios de ambos se movían suavemente, disfrutando el contacto de sus bocas y su piel. Los brazos de Bella pasaron por el cuello de él, atrayéndolo más hacia sí. Él delineó sus labios con la punta de la lengua, pidiendo permiso para explorar su boca; ella se lo concedió. Siguieron besándose por minutos que no parecían trascurrir, pues el tiempo se había congelado tan pronto sus labios estuvieron juntos.

Se separaron al escuchar la puerta principal ser abierta. El resto de la familia había llegado, deseosos de saber lo que había ocurrido en su ausencia. Ellos bajaron juntos, dedicándose miradas divertidas de vez en cuando, dato que para nadie pasó desapercibido. Se sentaron en la sala con el resto, dispuestos a responder sus preguntas.

-Así que los Vulturi, ¿eh?- cuestionó Jasper, pensativo. Jamás se hubiera imaginado que la joven fuera miembro de la guardia real.

-Digamos que soy alguien importante.- repuso ella, divertida. Alice rió encantada con aquella confesión, notando la confianza que depositaba la muchacha en ellos.

-¿Qué es lo que haces?- preguntó ahora Emmett, sin dejar de mirarla.

-Al principio era sólo cazadora.- comenzó. –Me encargaba de buscar humanos y llevarlos al castillo, junto con Heidi.- todos asintieron, algo molestos. –Después me convertí en exterminadora.-

-¿Qué quieres decir con eso?- preguntó de nuevo el rubio, deseando confirmar sus sospechas.

-Lo que han presenciado anteriormente en el prado…-comenzó ella. –Era una misión encomendada por Aro. Debo buscar neófitos que causen disturbios y asesinarlos. En este caso, también a sus creadores.- asintieron.

-¿Qué hacías en el bosque la primera vez que te vimos?- preguntó Alice, sonriendo.

-Tenía hambre.- todos rieron.

-Supongo que Edward te la quitó.- rió Emmett, recordando aquella vergonzosa escena.

Y así siguieron, hablando de cosas que ahora no parecían tan importantes, pero que sí causaban interés en todos. Isabella les habló de cada miembro de los Vulturi, enumerando sus habilidades y debilidades. Resaltó los atributos de Heidi, molestando a Rosalie. La fuerza de Félix, para enfado de Emmett. La inteligencia de Demetri, quien era un rastreador de los más calificado, llamando la atención de Jasper y produciendo los celos de Edward. Las ocurrencias de Alec, quien parecía más hiperactivo que la misma Alice.

Carlisle y Esme sonreían, seguros que la chica lo hacía a propósito. Y no se equivocaban. Ella comenzaba a disfrutar los rostros molestos y los puños crispados de sus nuevos amigos. Verlos de esa forma le recordó mucho a los tiempos en Volterra, por lo que su sonrisa decayó. Por un momento creyó que su celular sonaría y la alegre voz de Heidi la recibiría, felicitándola por la misión lograda. Más no fue así. Su hermana no le llamó, ni ese día ni el resto.

Cuando todos decidieron ir a sus habitaciones, Bella se despidió alegando que debía volver a casa. Y así lo hizo, con Edward a su lado. Había pedido que no se fuera con ella, que permaneciera con su familia, pero él se había negado, alegando que era con ella con quien más deseaba estar en ese momento. Y ella lo agradeció enormemente.

Pasaron la noche contándose cosas, hablando de sus deseos y sus planes para los próximos años. Ella pensaba en su regreso a Italia y las nuevas misiones, él no concebía la idea de su marcha. Mientras ella conversaba sobre Volterra y lo que haría al llegar, él le robó un beso.

Isabella no se opuso a que lo hiciera el resto de la noche. Sabía que eso no era correcto, que alguien saldría lastimado al final. Sin embargo, ella le quería de un modo que nunca había querido a nadie. Acaso, ¿así se sentía estar enamorada? Le dejó abrazarla y acostarse a su lado, susurrarle palabras dulces al oído y besar sus mejillas. Le dejó ser el caballero con el que ella soñaba de pequeña.

Y esa noche fue suficiente para que decidiera intentarlo. Le daría a Edward Cullen la oportunidad que le pedía. Lo dejaría ser su Romeo, y ella sería su Julieta; aunque ninguno de los dos muriera al final. Y ahí cambiaron sus planes, ya no pensando en Italia y los Vulturi, sino en Edward y los Cullen. Y se dio cuenta, también, que ya nada volvería a ser como antes.

Si se iba o se quedaba, nada sería igual. Su vida estaría vacía de cierta forma, pues habría perdido a una u otra familia. Quería estar con Edward, pero también con Marco. Se permitió pensar en su maestro y amigo, y se cuestionó con quien debía estar en ese momento. Unos dedos acariciando su mejilla le dieron la respuesta. Ese era su lugar, lo sabía.

Se permitió juntar sus labios con los de Edward una vez más, como lo habían hecho cuando le contó su verdad. Y fue dulce y cálido, a pesar de sus labios fríos y sin vida. Porque estando a con él se sentía aquella frágil y soñadora humana que había sido alguna vez. Y esa sensación ya no le parecía tan enfermiza como en un principio.

Y por fin logró entender aquél sentimiento que la apresaba a cada segundo. Ella, Isabella –Bella- Swan, estaba enamora de Edward Cullen. Y no podía evitarlo

No hay comentarios:

Publicar un comentario