Capítulo 4. Tiro al blanco.
El resto de la semana pasó entre aburridas clases y curiosas miradas de la mesa de Edward Cullen y su familia. Ninguno de ellos habló conmigo, a pesar que Edward se sentaba a mi lado cada clase de biología. Algo parecía haberlos molestado, pues solían murmurar entre ellos o mirarme de forma indiferente al pasar a su lado. El único que parecía tranquilo y sin rastro de odio hacia mi persona era el chico rubio; quien solía dedicarme una sonrisa cálida al verme.
Jacob y sus amigos no se habían despegado de mí en esos días y, aunque cueste admitirlo, no hice nada para evitarlo. Jake, como me había pedido que lo llamara mientras estuviéramos juntos, tenía una puntería excelente; así que él se encargaría de enseñarme a usar un arma, con la condición única de que jamás la usaría en su contra. Yo había aceptado eso, aunque si tenía oportunidad no dudaría en romper mi promesa…
El sábado llegó demasiado lento (a mi ver), pues me encontraba ansiosa por ser entrenada. Sam había logrado que nos dejaran ensayar mis tiros en el mismo sitio que eran entrenados los policías de Seattle. Mi desesperación era evidente mientras desayunaba en la mesa de los Uley, y se incrementó al ver el auto blanco del chico Black llegar a la pequeña casa donde permanecía.
Subí al vehículo sin decir una sola palabra, consciente de que esta práctica me daría un poco de tranquilidad. Sabía que un día no bastaría para cumplir con el firme propósito por el que había optado; sin embargo, no podía dejar de considerar lo cerca que estaría de conseguir mi objetivo una vez tuviera el arma entre mis manos.
La tarde se esfumó en un segundo. Cada vez que tiraba del gatillo sentía una descarga de adrenalina en mi cuerpo. Imaginaba a mi presa, indefensa, bajo mis pies. Sentía asco al recordar cada suceso acontecido aquella noche, y eso me motivaba a no fallar, a dar siempre en el blanco.
Y sin darme cuenta, el fin de semana se acabó y tuve que volver al colegio.
El lunes por la mañana llegué media hora antes de lo acostumbrado al colegio, dejándome eso unos cuarenta y cinco minutos antes del sonar de la campana. Quería pensar un poco y eso, dada la gran cantidad de movimiento en La Push, parecía imposible desde mi cómodo hogar.
Lamentablemente, al llegar no estaba sola. El flamante convertible de los hermanos Hale se encontraba estacionado en el lugar habitual, lo que me hizo sentir realmente frustrada. Sin embargo, solo vi al chico rubio parado junto al auto. La hermosa rubia no estaba ahí, algo realmente extraño.
Salí de mi coche y me quedé de pie al lado de la puerta del conductor. Los ojos azules del chico Hale impactaron con los míos, a pesar de haber entre nosotros una distancia significante. El poder en esos orbes parecidos al cielo era descomunal y por un momento me sentí indefensa ante su presencia.
Caminé lentamente en su dirección, consciente del riesgo que corría al acercarme tanto a los chicos. Y tal vez fue la vacilación en mis últimos pasos el impulso que lo llevó a encontrarme a mitad del camino.
-Hola.- pronunció suavemente, recargándose en la parte trasera de su auto. –Soy Jasper Hale. Es un gusto conocerte…-
-Bella Swan.- lo interrumpí, al tiempo que estrechaba suavemente su mano. –Un gusto, Jasper.- una sonrisa dulce se formó en sus labios.
-Haz llegado temprano, ¿no?- dijo suavemente, contemplando las suaves nubes que cubrían el siempre sombrío pueblo de Forks.
-Y tú estás solo.- susurré en respuesta. Ambos nos miramos fijamente, para luego sonreír. Era increíble como había surgido de pronto una conexión casi mágica. Sentía que Jasper podría ser alguien importante en mi vida, a pesar de solo haber intercambiado un par de palabras con él.
-¿Qué se siente ser la chica nueva?- preguntó tras unos minutos de silencio. Me senté sobre la cajuela del vehículo rojo, cruzando las piernas y sin dejar de mirarlo.
-Siendo sincera, es un verdadero asco.- él se rió angelicalmente. –Todo el mundo te mira, todos quieren escucharte, todo mundo desea hablar de ti.- asintió, dándome la razón en eso. –Es tan estúpido.-
-Recuerdo cuando fuimos los nuevos. Cinco chicos en un mismo año.- comentó de forma distraída. –Y luego se dieron cuenta que existían dos parejas dentro de ese grupo.- una sonrisa se formó en mis labios.

-Creo que tu novio ha llegado.- susurró Jasper al ver a los chicos.
-No es mi novio.- respondí estando segura de la mueca en mi rostro. Y debió ser divertida, porque él se rió.
El resto del grupo de Jasper se acercó y de un salto bajé de la cajuela. Todos los recién llegados me miraron con desconcierto y no me quedó otra más que ofrecer un "Buenos días" y dejar que Jacob me llevara de la mano el resto del camino.
Mis primeras clases fueron muy aburridas. No fue hasta el descanso que pude pensar en el fin de semana tan corto que había vivido. Al llegar a la cafetería había poca gente, pues en el gimnasio había audiciones de animadoras y la mayoría de los alumnos habían optado por ir a observar a las chicas en falditas.
La mesa de a lado estaba ocupada por las cinco personas de siempre. Cuando me senté, con mi botella habitual de agua, Jasper me sonrió. Me desconcertaba un poco su amabilidad, ya que el resto de sus amigos parecían odiarme. Incluso su novia me miraba con una curiosidad un tanto extraña. Quizás le había molestado mi cercanía con su chico.
No estaba muy segura de nada.
-Bella.- escuché a Alice llamarme, pero en el momento en que giré a mirarla sonó mi móvil. Me disculpé con una sonrisa y respondí ahí mismo. La voz de Sam me recibió con cierto temor.
-¿Qué pasa?- pregunté alarmada, incapaz de creer lo que decía. –No puede ser verdad.- repuse ante la noticia. –Yo… Pasaré por la estación en cuanto salga del colegio. Quiero ir con ella…- Escuché las negativas de Sam un rato más antes de cortarlo. –Quiero hacerlo…- Y la llamada acabó.
No me había dado cuenta del momento en que cerré la mano hasta que pequeñas gotas de sangre cayeron sobre la mesa. La fuerza puesta en ese simple movimiento había logrado que me lastimara con mis propias uñas, pero no esperaba nada. La noticia era terrible.
Una niña de solo catorce años había sido atacada por unos hombres al salir de una librería en Port Angeles. Las pruebas confirmaban que se trataba del mismo sujeto que había destrozado mi familia. La pequeña estaba terriblemente mal, había sido golpeada y violada con una agresividad inhumana. Si lograba sobrevivir sería incapaz de tener hijos y debería someterse a varias cirugías para corregir la desfiguración en su rostro infantil.
La impotencia llenó mis sentidos y quise gritar, pero no tenía voz para ello. Por un momento me permití recordar esa horrible noche, dispuesta a buscar fuerza para continuar. Y volví a vivir todo de modo vertiginoso. Escuchaba la voz de ese sujeto murmurar cosas en mi oído mientras acariciaba mi cuerpo. Y la furia brilló en mis ojos.
-¿Qué pasa, muñeca?- pregunto una voz en ese momento. Al tiempo que esas mismas palabras eran recordadas por mi mente. Lo mismo había preguntado aquél tipo cuando lloré al sentir su intromisión. Me puse de pie de un solo movimiento y llevé mi mano a un costado, aún sobre la tela de mi falda.
Jacob y sus amigos se quedaron hechos piedra al ver el movimiento. El grandulón de la mesa de a lado silbó en ese momento, despertándome de mi pesadilla.
-¿Bella?- preguntó Jacob, apartando mis manos del costado. -¿Te sientes bien?- tomé un sorbo de agua e intenté calmarme. Era imposible.
-Quiero que salgamos esta tarde.- susurré despacio. –Llevame a Seattle.- Jacob negó con la cabeza. –Por favor.-
-No puedo, Bella.- se arrodilló a mi lado, clavando sus ojos negros en los míos. –Hoy no.- Suspiré resignada. –Dámela.- dijo poniéndose de pie y extendiendo su mano.
-No.- permaneció así algunos segundos, pero al final se rindió. No iba a entregarle el arma por nada del mundo.
La campana sonó de nuevo, anunciando la entrada a clases. Me dirigí a mi salón, vacilante. Sentía pena por esa indefensa criatura, pero era más el odio que albergaba por ese monstruo que nos había lastimado. Y no pude concentrarme en nada más.
-¿Te encuentras bien?- preguntó una voz que no escuchaba en días. Me giré en dirección de Edward Cullen, quien me sometía a un ligero escrutinio durante la clase de Biología. Asentí sin prestar mucha atención a su pregunta en realidad. –Sabes que puedes confiar en mí.- dijo después, captando por un momento mi atención. Asentí de nuevo.
El resto de la clase no volví a escucharlo. Y en parte, deseaba que así fuera. Su voz de terciopelo lograba darme un poco de paz, aunque no lo suficiente. La presencia de Jasper era relajante, pero me asustaba empezar a suavizarme.
Debía ser fuerte, capaz de defender lo que intentaban robarme. Vengar a las personas que tanto amaba y que ya no estaban a mi lado. Y ese pequeño grupo parecía dispuesto a interponerse. Saliendo del instituto choqué con Jasper de nuevo.
Cuando nuestros ojos se encontraron, sentí que me fallaban las piernas. Era como si el joven Hale pudiera ver a través de mí. Mis emociones parecían descontrolarse ante su cercanía y, aunque llegue a sonar contradictorio, eso lograba tranquilizarme.
Deseaba contarle lo que había sucedido y, entre todo lo que ocurría, eso fue lo que más me asustó. No sabía nada de él ni de su vida. Y, sin embargo, yo deseaba contarle todo de la mía. Parecía algo estúpido, pero muy en el fondo de mi ser sabía que necesitaba hablar con alguien.
Alguien de confianza. Alguien que no intentara decirme que eran mis nervios. No quería otro psicólogo, quería un amigo. Y deseaba con desesperación decirle a alguien, tener ayuda, pero no podía permitírmelo aún. No. Primero debía enfocarme en capturar al idiota que me obligó a madurar antes de tiempo.
-Ten cuidado, Isabella.- susurró Jasper antes de esfumarse. Me quedé quieta en el mismo lugar donde estaba. Contemplando su figura reunirse con los demás y perderse una vez fuera del estacionamiento. Y luego retomé mi camino.
Miré su rostro con dolor. La pequeña acababa de salir de otra cirugía. Su carita estaba oculta tras algunas vendas, pero aún así era capaz de ver los moretones en él. Su cuerpo parecía de vidrio en ese momento, como si fuera a romperse si la tocaba. Tan frágil.
Lágrimas rodaron por mis mejillas al contemplarla moverse. Llorar suavemente entre sueños que debían ser pesadillas. Y su mano se aferró con fuerza a la sábana. Intentó decir algo, pero le fue imposible.
Nuestras manos se encontraron en ese momento y la sujeté con toda la fuerza de la que fui capaz. –Todo estará bien. Te lo prometo.- ella pareció tranquilizarse, pues su llanto cesó.
-Isabella.- la voz grave de Sam atrajo mi atención. –Ven un momento.- le prometí a la pequeña volver tan pronto me fuera posible. Y salí al pasillo con mi nuevo tutor.
-¿Qué pasa?- pregunté mientras sacaba las lágrimas de mi rostro. -¿Se pondrá mejor?- cuestioné tan pronto tuve oportunidad.
-La niña no estaba sola.- susurró tristemente. –Iba con su madre, el único familiar que tiene.- lo miré sin entender. –Fue atacada también.- el mundo se me vino abajo.
-¿Cómo se encuentra?- pregunté rápidamente.
-Acaba de fallecer.- la respuesta me dejó sin aliento. Me llevé una mano al pecho y dejé que mi espalda chocara con la pared. –La niña está sola.- "Igual que yo", fue lo único que pensé.
-Yo… Yo me haré cargo de ella.- Sam me miró sin entender. –Pagaré el hospital y los gastos del funeral de la madre. Cuidaré de ella… Yo…-
-Isabela, no puedes.- me interrumpió él. –Eres una niña.- intenté responder, pero no encontré palabras para ello.
Cerré los ojos, sintiéndome impotente una vez más. Dejé que mi cuerpo resbalara hasta el piso. Y me quedé ahí, con la vista clavada en la cama donde descansaba esa pobre chiquilla.

-Y la policía no es capaz de encontrar a los culpables.- respondió Rosalie, mofándose de los esfuerzos de los cuerpos de oficiales. –Deberían ponerse a trabajar.-
Estampé la botella de agua contra la mesa y los cinco se giraron a verme.
-No deberías hablar así de esos hombres, niña.- la mirada de Rosalie cambió de asombro a ira en ese momento.
-¿Qué puedes saber tú?- preguntó enojada. –Ah, lo olvidaba. Eres hija de uno de esos incompetentes.- su sonrisa triunfal me sacó de quicio.
-No te atrevas a llamar de ese modo a mi padre.- una punzada de dolor impactó en todo mi ser. –Tú no sabes nada de lo que pasa.-
-¿Y tú si?- respondió. -¿Acaso sientes lástima por la niña esta?- me lanzó el periódico, donde pude ver la foto de la pequeña. Lo tomé con manos temblorosas y delineé sus facciones tan lindas. No podía creer que le hubieran hecho tanto daño.
-¿Acaso tú puedes sentir algo?- la rubia se puso de pie, dispuesta a abofetearme de ser posible. Los chicos se pusieron de pie de inmediato y Alice se interpuso entre ambas. –Esta niña no estaba sola cuando fue agredida, iba con su madre.- todos me miraron en silencio. –Su madre está muerta y ella no será capaz de tener hijos, eso si es que vive.- no me había dado cuenta que lágrimas mojaban mi rostro. –Y tú te atreves a burlarte.- negué con la cabeza. –Es por ti por quien debo sentir lástima, no por ella.- lancé el periódico a su mesa y me marché.
Me encaminé al estacionamiento, incapaz de volver a clases. Alguien me seguía, pero no deseba voltear. Sin embargo, esa persona me dio alcance y sujetó mi muñeca. Me detuve, aún sin girarme.
-Perdona a Rosalie, es algo imprudente.- la suave voz de Edward Cullen me recibió en ese momento.
-No es necesario que te disculpes en su nombre.- comenté como respuesta.
-Has visto a la niña, ¿verdad?- su pregunta me tomó desprevenida. Me giré lentamente, fijando mis ojos en los suyos. -¿Lo has hecho?- asentí sin decir nada. –Eres una persona muy dulce, Bella.- una pequeña sonrisa se formó en mis labios al recordar la vez que mi madre dijo eso.
-Tenía mucho sin escuchar eso.- susurré, incapaz de seguir manteniéndome firme.
-¿Irás de nuevo?- asentí tristemente. -¿Puedo llevarte?- él debió notar la sorpresa en mis ojos. –Me gustaría hacer algo por ella. Lo que sea.- una diminuta sonrisa comenzó a formarse en mi rostro y, aunque sabía que era un grave error, le cedí las llaves de mi coche, dispuestos a encaminarnos rumbo al hospital.
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