Capitulo 7. Los Cullen
Miraba por la ventana a mi padre, mi reflejo estaba claro en el vidrio e incluso yo era capaz de notar todo el dolor que mi mirada transmitía. La máscara de tranquilidad, confianza y desinterés que me había costado tanto construir, ahora yacía a mis pies, rota e inservible. Mi corazón latía acelerado por el presentimiento de que algo malo iba a ocurrir –mejor dicho le iba a ocurrir a Charlie-, lo cual no ayudaba a verme mas serenada.
Estaba concentrada en cada detalle que me indicara el estado y las posibilidades de mi padre. Una parte de mi estaba consciente de su muerte, pero otra se resistía a la idea e imploraba a los cielos un pequeño brillo de esperanza. Charlie es todo lo que tengo en el mundo. Es cierto que ahora están mi novio y nuestros amigos, pero los sentimientos que nos unen son falsos.
-Bella...-una voz melodiosa y marcadamente seductora llegó hasta mis oídos. Por un momento empecé a creer que era mi subconsciente, de algún modo irreal y poco cuerdo, para darme el apoyo y las fuerzas necesarias. Mi cuerpo se tensó al reconocer de quien provenía tan débil susurro, pero no era Edward el que me llamaba –como cuando practicaba deportes extremos- sino que el que lo hacia era Carlisle. Me sentía confusa y al mismo tiempo dudaba de mi razón, comenzando a barajar la teoría de los efectos de las drogas...pero cuando me fije en el cristal de nuevo, vi su reflejo y todo pareció ser real. Aunque esta realidad fuera la mas falsa que pudiera existir.
Me di la vuelta dispuesta a encarar al vampiro frente a mi, o en el peor de los casos, a mi imaginación. Nuestras miradas se encontraron, en la suya resplandecía la sorpresa ante mi nuevo yo, la alegría de verme –quizás de que esta vez estuviera bien o estuviera viva todavía- y el dolor por lo que yo sabía que se avecinaba; en cambio, mis ojos ya no mostraban ese brillo inocente que él conocía, mi mirada era fría y mostraba el poco interés que su presencia me provocaba. Aun dolía verlos...pero Charlie era más importante que ellos, y yo no iba a marcharme solo porque el padre de Edward estuviera de nuevo en el hospital. Solo en ese momento permití que la preocupación por mi padre reluciera en mis ojos y mi rostro, algo que –obviamente-, no pasó desapercibido para los curiosos ojos que me observaban.
-Isabella- otras voces llegaron hasta donde estaba y reconocí las figuras de los chicos al girarme. Carlisle imitó mi movimiento y divisé en su rostro la sorpresa y luego el reconocimiento, como si en otra ocasión los hubiera visto...y en mi mente resonó el nombre de Alice.
Los cinco observaron unos minutos al doctor frente a mí, sus miradas eran de asombro –quizás producido por su cercanía conmigo, las miradas desafiantes que yo le dirigía o simplemente por su atractivo-, pero luego volvieron a ser esas totalmente desinteresadas que yo tan bien conocía. Se giraron a verme y con una mirada les dije lo que pasaba.
Tomás acortó las distancias entre nosotros y besó mis labios ante la mirada de burla de nuestros compañeros y el asombro en los ojos dorados de Carlisle; tomó mi mano suavemente y la apretó con la suya, algo poco común en nuestras nulas demostraciones de afecto, sonrió burlonamente y me empujó al interior de la habitación; para después regresar con el resto e irse a vagar por ahí.
Pero antes de cruzar por completo el umbral de la puerta, busqué los ojos de Carlisle y le dediqué una sonrisa triste, mientras pronunciaba las palabras que lo dejarían congelado en su sitio:
-Gracias por intentarlo, Carlisle.- Porque eso era lo único que él podrid hacer como doctor, intentar salvar la vida de Charlie, aunque yo estaba segura que todos sus intentos serian nulos.
La vida de mi padre se había convertido en un reloj de arena desde el momento del infarto, y podía verlo vaciarse a cada segundo...sus horas estaban contadas, igual que las que yo soportaría sin él. Carlisle no podría salvarlo de ningún modo humano, pero como vampiro no seria capaz de hacerlo. Estaba segura de ello.
Me acerqué a la cama y acaricié con mi mano la mejilla de mi padre, estaba pálido y la vida se le escapaba con cada latido. Me mantuve lo más tranquila que me fue posible y permanecí a su lado toda la noche.
La mañana llegó, anunciando el acelerado movimiento por los pasillos del hospital y alertándome a mí de la hora de partir. Al abrir la puerta me encontré con la figura de Emily en ella, una sonrisa de agradecimiento se formó en mi rostro y la abracé. Luego salí de ahí apresurada para llegar a casa, tomar un baño, comer algo y vestirme para el trabajo. Eran eso de las 5:30 am pero me tomaría un rato conducir hasta Port Angeles, a demás de que podría matarme ya que pasé la noche en blanco.
Cuando giré por uno de los pasillos choqué con una figura femenina. En mi fuero interno maldecía por mi torpeza, pero todo rastro de fastidio desapareció cuando reconocí a la mujer frente a mí. Estaba boquiabierta ante tal visión, pero sabia camuflar muy bien mi sentir.
-Hola, Bella. Es un gusto verte de nuevo- su dulce voz y el maternal abrazo en que me envolvió me hizo sentirme amada de nuevo, y el recuerdo de Renée lastimó a mi corazón, provocando que me quedara inmóvil y no le correspondiera.
Pasaron unos minutos antes de que ella me soltara, mi corazón latía pausadamente por el dolor de los recuerdos, en vez de acelerado cuando alguno de ellos me acariciaba.
-Con permiso, Esme. Voy tarde al trabajo- mi tono no denotaba ni tristeza ni alegría por su presencia, algo que no pasó desapercibido para ella.
-¿Dónde trabajas, Bella?- su pregunta me atrapó con la guardia baja y viéndome incapaz de mentirle a esos ojos dorados cargados de cariño, respondí con la verdad.
-Plaza Fantasía, en Port Angeles- y luego salí aprisa de ahí.
Una vez estuve en casa subí apurada y entré al baño dispuesta a tomar una ducha breve, pero el agua caliente contra mi piel me dificultó esa parte del plan; y lentamente, comencé a relajarme, pero la visión de dos de los Cullen ante mí no ayudaba en nada. Eso solo confirmaba mis sospechas, Charlie iba a morir pronto y ellos habían vuelto para impedir cualquiera de las estúpidas visiones de la duendecilla. Por un momento me puse furiosa, ¿qué les importaba a ellos lo que pasara o dejase de pasar en mi vida?, apreté las manos en puños y golpeé con fuerza la pared.
Cerré la llave aun molesta y me sequé a una velocidad asombrosa. Tomé mi ropa del día, que no era muy distinta a la del anterior. Hoy me tocaba usar un short negro y una blusa color rojo quemado –pocas veces usábamos algo distinto al negro, pero no me gustaba estar de luto y acababa de convencer a mis compañeros de meter otros colores oscuros- y los usuales converse altos. El maquillaje era el mismo de siempre, solo que ahora tenia marcadas bajo mis ojos unas leves ojeras moradas, causadas por mis noches de desvelo, los entretenidos fines de semana y no haber dormido la noche anterior. Por un momento, uno muy pequeño, pensé en mi parecido con los vampiros; pero rápidamente deseché la idea. Eso era algo que jamás estuvo predestinado para mi, por mas veces que Alice lo hubiera visto.
Cuando llegué a la tienda, encontré a los chicos conversando sobre el fin de semana. Se notaba en el ambiente del lugar que ya era jueves. Sus sonrisas fueron mas perceptibles cuando me vieron entrar, y casi pude jurar que no me esperaban. Me encaminé hacia ellos, pero antes de llegar a las escaleras me senté sobre el mostrador como era mi costumbre. Este era mi lugar.
Bibiana se acercó a mi y me preguntó como me encontraba. En sus ojos se notaba un leve indicio de preocupación por mí, y aunque tenia la tendencia de relacionarme con la gente menos indicada, pensaba que esta vez era distinto. Quizás hubiera cambiado mi apariencia y mi inocencia ya no estuviera ahí, pero me sentía feliz...en cierto modo. Porque esa no era la felicidad que sentía al lado de Edward, de los Cullen, de Jacob, de todos los chicos de La Push o de mis padres...pero al menos la vida era más llevadera.
A lo mejor –y estaba más segura de ello que de otra cosa- las drogas no fueran una salida apropiada para todo lo que a mi alrededor pasaba, pero eso me ayudaba a enfrentar todo con la cabeza en alto...no quería sufrir más...ya no.
Estaba perdida en mi mundo cuando sentí que algo golpeó en mis piernas, miré la bolsita que me habían lanzado y luego dirigí una mirada furiosa en dirección al grupo por su falta de...tacto. Pero la curiosidad pudo más que mi enojo y como humana que soy pregunté:
-¿Qué es esto?- poniendo el énfasis necesario en la palabra indicada.
-Toma una, necesitas relajarte un poco y mantenerte despierta, Isabella- mi querida amiga Carolina, dándome otro de sus brillantes consejos.
No me opuse y tomé una de las pastillas. ¿Qué importaba? Pasados unos minutos todo era color de rosa. Mis preocupaciones y problemas quedaron en el olvido y me sentí...en paz.
Unas horas después, a eso de las siete treinta , los efectos ya habían pasado y me sentía mucho mejor. Tomás estuvo a mi lado en un instante para preguntar que tal me sentía...ya saben eso de la primera vez en probar algo distinto. Me reí al percibir la ansiedad en su voz y el modo en que me silenció fue...excitante. Sus labios acallaron mis carcajadas de un modo eficaz...y violento. Sus besos nunca llevaban rastro de cariño o amor...solo deseo.
Se movían insistentes contra los míos, pidiendo un acceso que les fue concedido. Nuestras lenguas bailaban a un ritmo sensual. Me aferraba desesperadamente a su cuello mientras el aire se agotaba lentamente. Su cuerpo estaba entre mis piernas –yo seguía sentada sobre el mostrador- y me aferraba por la cintura.
Apenas nos separamos miré a los chicos...solo para encontrarlos en sus momentos de entrega pasional, igual que los míos con Tomás. Sus labios buscaron los míos de nuevo y no me resistí, mordía mis labios con la lujuria brillando en sus ojos verdes y una chispa de excitación brillaba en mis lagunas color chocolate. El ambiente estaba demasiado...caliente para todos...el fin de semana sería de total deleite para todos. Tal parecía que mis constantes escenitas con mi novio, despertaban los instintos en el resto del grupo.
Y así estábamos los seis, disfrutando de nuestra pareja...cuando la puerta se abrió, comenzando a sonar las campanitas que anunciaban la llegada de algún cliente. Nos separamos de mala gana y nos mostramos despreocupados...más los chicos, pues nosotras revisábamos en los vidrios de las vitrinas nuestro maquillaje.
No había notado quien o quienes acababan de ingresar al local, pero como la única matada del lugar, me dirigí a donde sabia que se encontraban dos personas, se hallaban de espaldas a mí y no les presté mucha atención...pero con mi tono más educado les pregunte:
-¿Puedo ayudarlos en algo?- Si, esa estúpida pregunta que se hace en cualquier negocio.
Ambos se giraron al escucharme hablar y me sorprendí. Ante mi se encontraban una chica bajita de piel pálida y cabello negro intenso; al lado de esta, un chico rubio, también de piel pálida; ambos me miraban sorprendidos y confusos con sus ojos dorados. Alice Cullen y Jasper Hale me estudiaban atentamente y el silencio reinaba a nuestro alrededor.
Genial. Cuatro Cullen y en el mismo día. Mi gozo en un pozo.
Retrocedí la distancia que había avanzado hacia ellos y quedando a la vista de mis amigos me permití pensar en la ironía que era mi vida. Porque sabia que contarle a Esme mi lugar de trabajo, jamás, y repito JAMAS hubiera sido una buena idea.
-¡Bella!-los gritos de Alice alertaron a mis compañeros de que los conocía de otro lado. Reían ante la emotiva escena y el desconcierto de mi rostro. Jasper mandaba ondas para mantenernos tranquilos a todos. La enana me abrazaba con fuerzas mientras yo permanecía inmóvil. Este iba a ser uno de esos días...en que las cosas no salen bien...
Cuando Alice me liberó de la jaula que había creado alrededor de mi cuerpo, Jasper se acercó a mí sonriendo e hizo algo que nunca creí posible: me abrazó con el mismo anhelo que su hermana-novia-esposa. Si ante el abrazo de Alice estaba helada...ante Jasper era una escultura de mármol. Ahora si creía que las drogas me afectaban...
-Te hemos extrañado mucho, Bella.-la calmada voz de Jasper me dejó con la mente en blanco.
-No sabes cuanta falta nos has hecho, tonta- rió Alice con su cantarina voz.
-Isabella, ¿los conoces?-preguntó Antonio, quien se encontraba de pie ante el mostrador junto con Jonathan y Tomás; sus posiciones eran –en apariencia- naturales, pero estaban dispuestos a defenderme si era necesario. Bibiana y Carolina estaban de pie ante ellos con esos aires de superioridad y grandeza que tanto me encantaban.
-Son viejos compañeros de instituto- respondí entre risas por sus acciones. Les dedicaron a mis viejos conocidos una mirada de advertencia y volvieron a lo que hacían: ser ellos mismos.
-¿Isabella? Tu odias que te llamen así- me cuestionó Alice, mientras observaba a los chicos con detenimiento y en sus ojos brillaba la misma chispa de reconocimiento que en los de Carlisle. Ahora estaba claro, Alice los había visto antes.
-Ya no lo odio, Alice. Pero hay otras cosas que si me molestan- dije rodando los ojos, esperando que la pequeña comprendiera el significado de esa frase.
Jasper me miró seriamente, en sus ojos se notaba el reproche por mi comentario; aun así, no le presté demasiado tiempo a esa idea y volví a subirme sobre el mostrador. Ahora volvía a ser el centro de atención y los Cullen me miraban a una distancia prudente.
-¿Cuándo vendrás a casa a cenar, Bella?- la voz de Alice volvía a ser alegre.
-Por si no lo sabias, y sé que lo sabes...Charlie está en el hospital- ahora si me estaba enojando, ¿cómo se atrevía a invitarme a su casa?, debería estar loca para aceptar...de modo que mi respuesta estuvo cargada de reproche.
-Podrías ir después del...- funeral, completé en mi mente. Yo tenia razón, Charlie iba a morir y ellos estaban aquí para consolar a la débil y frágil humana que una vez casi formó parte de su familia.
-Eso explica por qué están aquí-mi voz estaba cargada de recelo y odio –yo tenia razón, ustedes vinieron por algo que tu presentiste, ¿me equivoco, Alice?-Jasper intentaba calmarme utilizando su don, pero de ese modo no iba a conseguir nada.
-Bella, nosotros solo...-la voz de Alice se quebraba con cada palabra que pronunciaba hasta que enmudeció.
-Basta. No quiero escuchar más.- me estaba cerrando de nuevo...me dolía demasiado pensar que una vez más había acertado en mis sospechas.
Ambos me dedicaron una mirada triste antes de abandonar el local. Estaba furiosa y dolida a la vez. Ellos estaban aquí para impedir alguna idiotez de mi parte. Y ahora tenia claro que tipo de idiotez era esa...cuando Charlie muriera...yo lo acompañaría...
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