Vistazo
El violeta engatusador de su mirada impactó con el dorado de la suya, y sintió que el aire –innecesario- se escapaba de su cuerpo y su corazón bombeaba –una sangre inexistente- a una elevada velocidad. Sentía el atronador sonido de "su corazón" en los oídos, y eso no la ayudaba a tranquilizarse.
-¿Estás bien?- preguntó Edward con voz aterciopelada a su compañera. Ella asintió levemente, intentando apartar la curiosidad que sentía en ese momento, pero no lo logró.
-Creo…-susurró suavemente. -…que caminaré un poco por la escuela, para conocer, ya sabes…- se sentía nerviosa, pero sobre todo, interesada en conocer al vampiro a su lado. -¿Puedes ayudarme a bajar?- él la contemplaba con mucha frustración, intentando entender por qué no le era posible acceder a la mente de la chica.
La tomó por la cintura y puso sus pies en el suelo, pero su cuerpo quedó entre el del menor de los Cullen y el volvo. Sus mejillas adquirieron un tono escarlata ante la repentina oleada de calor que le recorrió ante la proximidad. Buscó los ojos de su acompañante con dificultad, deseosa de no hacerlo…
Y nuevamente se perdió en el caramelo fundido que la contemplaba, pero esta vez fue distinto. Un pasado que no era el suyo la golpeó con fuerza, estaba combinando ambas habilidades para leer mentes y ese era el resultado. Grandes escenas de los tempranos años de 1900 pasaron por su cabeza en ese instante, como si varios flashes le fueran mostrados. Sintió en carne propia cada segundo que vio…y le dolió. La transformación le dolió de nuevo, y descubrió todo lo que ese vampiro escondía en su memoria.
Edward la contemplaba ensimismado, sabiendo que contra sus ojos no podía luchar. Ahora se encontraba sumergido en una piscina violeta, tan hechizante y cautivadora como la sola presencia de Isabella Swan. No quería soltarla, ni que se fuera. Deseaba tenerla entre sus brazos un instante más y ser capaz de imaginar lo que pasaba por su cabeza. Pero al mismo tiempo, le gustaba esa pared en blanco; le gustaba la forma tan misteriosa de Isabella, le gustaba esa sensación de ansiedad y curiosidad que lo embargaba al estar cerca de ella.
Los labios de Bella temblaron levemente, mientras una lágrima corría por su mejilla. Una pequeña y rota sonrisa se instaló en sus labios. Eso era demasiado, incluso para ella. No sabía como liberarse del don que estaba usando, ¿qué tenía que hacer para volver a la realidad?
Una pequeña corriente eléctrica la recorrió entera, causando un escalofrío en su espalda. ¡Detestaba todas esas reacciones humanas! Eran tan…enfermizas…
La frente de Edward descansaba sobre la suya, y sentía el agarre en su cintura todavía, pero no era consciente que sus dedos acariciaban la mejilla del vampiro. Una sensación de revoloteo en su estómago se incrementó, como si fueran ciento de mariposas volando en su interior. Necesitaba apartarse, detestaba que los chicos la tocaran, lo hacía desde lo de su padrastro…
Sintió el celular vibrar y maldijo interiormente por lo inoportuno de la llamada. Sus ojos se oscurecieron un poco, perdiendo el brillo que los caracterizaba cada vez que usaba uno de sus dones. Edward no se alejó, seguía hipnotizado y ella cogió el móvil entre sus dedos para llevárselo a la oreja. –Hermana…- susurró suavemente.
-¿Cómo está todo por allá, Isabella?- la musical voz de Heidi a través del pequeño aparato no perdía su encanto, ni ese toque de seducción propio de la vampiresa. -¿Haz hecho nuevos amigos?- preguntó divertida, de fondo pudo escuchar a Aro rogando por hablar con ella.
Bella apartó la mano del rostro de Edward y se liberó de él. Edward se recargó en el volvo, como si nada hubiera pasado. Los ojos dorados viajaban por el rostro alegre de la chica, ¿qué pasaba?
-Dile a mis padrinos que estoy bien.- una risa musical y alegre escapó de sus labios cuando escuchó a Aro bufar y Marco reír desde lejos. –La respuesta es sí.- miró disimuladamente a su compañero. -¿Cómo están todos? No se habrán estado divirtiendo sin mí…- la amenazó divertida.
-Sin ti la diversión no es igual.- Félix comenzó a quejarse del comentario de Heidi, por lo que pronto fue golpeado por un alegre Demetri. Alec rió ante la escena y Jane los regañó por su comportamiento tan "estúpido". Isabella se rió suavemente. -¿Quién clavará estacas con su mente si no estás acá?- ambas negaron con la cabeza a la vez, y una sonrisa se posó en sus labios al mismo tiempo, como si estuvieran sincronizadas.
-Te extraño.- murmuró. –Te extraño mucho.- era tan difícil para ella mantenerse alejada de su "hermana", considerando que se separaban algunas horas –cuando iban a trabajar- solamente. Pero semanas completas… -¿Cuándo vienes a visitarme?- se atrevió a preguntar, aunque sabía que no sería pronto.
-No lo sé. Aro no me ha dado ninguna orden.- escuchó murmullos a velocidad vampírica. No pudo entenderlos. –Debo irme, adiós, hermanita.- la llamada se cortó.
-No, espera, hermana.- la línea la recibió antes que pudiera agregar algo más. Retiró el aparato con pesadez y lo devolvió a su bolso. –Eres estúpida, Isabella. Ella no vendrá a verte pronto…- se había olvidado por completo de su amigo, quien la observaba pensativo. Aunque ella no escuchaba nada, solo su propia mente.
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-Creo que ese color te queda precioso.- susurró Alice al ver a Isabella salir de un probador con un ligero vestido azul. "A demás, Edward adora el azul".- un pequeño sonrojo se extendió por las mejillas de la vampiresa al recibir ese pensamiento. -¡Debes comprarlo!- chilló al tiempo que echaba a correr a ver más ropa.
"Será un día largo".- pensó amargamente, mientras Rosalie la miraba interrogante.
"¿Qué es ella en realidad?"- se preguntó la rubia. Isabella se giró a mirarla, sus ojos denotaban terror. "Un humano hubiera salido lastimado al chocar con uno de nosotros, a demás, ¿qué hacía ella en el claro? Y, ¿qué la hace tan especial? Su olor es extraño, más dulce que cualquier tipo de sangre normal…y huele como a fresas. Pero, su corazón late…"-
¡Cuánta razón tenía Rosalie Hale! Ella no era una humana común y corriente, ni siquiera era una humana. Era una vampiresa con casi siete décadas de vida –transformada a sus quince años en 1950- aparentando ser una muchacha de diecisiete años en 2005. ¡Por supuesto que era especial, distinta, extraña! Era un vampiro, por el amor de Dios…
-Rosalie.- ¿por qué le llamaba? Ni siquiera ella lo sabía. -¿Qué opinas de este vestido?- preguntó suavemente.
-Es…bonito.- respondió la otra. "No me teme como todas. Ella me gusta…"-
-¿Sabes, Rosalie?- comentó la de ojos violetas al volver a ponerse su ropa normal. –Me agradas.- los ojos de la rubia denotaban sorpresa y confusión. Su cabeza estaba echa un lío. –Lo digo de verdad.- ambas sonrieron.
"También me agradas".- pensó la de ojos dorados, pero no se atrevió a demostrar su apreciación es voz alta. Era demasiado Rosalie Hale para hacer eso, y Bella lo entendía.
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-Este ha sido un día largo.- susurró al llegar a su casa de Forks. Dejó caer las bolsas sobre su cama, decidiendo guardar el contenido después. Estaba aburrida, las compras no eran lo suyo. Pero tampoco podía "ir clavando estacas con su mente" por ahí. Heidi tenía mucha razón, ella encontraba diversión en realizar sus trabajos como exterminadora o asesina, aunque lo segundo se oía extraño para designarla.
Sacó el cuaderno y anotó lo que seguía, explicando sobre Rosalie Hale y Alice Cullen, comentando el momento con Edward e interrogando por la llamada de Heidi. Estaba segura que no era solo para saludarla, y el modo en que la había cortado. ¡Algo andaba mal en Volterra! Y ella estaba atrapada en Forks…
Como si los cielos escucharan eso, un trueno retumbó en aquél silencio profundo del bosque, antes que la tormenta empezara y un aguacero empapara los vidrios. Forks no cambiaba, siempre había sido así, y así sería siempre. ¡Detestaba estar fuera de casa! Quería volver donde Aro, Cayo y Marco, jugar ajedrez con ellos; salir de caza con Heidi; humillar a Félix y gastar bromas con Demetri; molestar a Jane y reírse de las travesuras de Alec. ¡Los extrañaba tanto!
Alguien tocó a la puerta. Bajó las escaleras a paso humano, sin ganas ni esfuerzo. Abrió lentamente y se topó con unos ojos negros como la noche observándola fijamente. Una vampiresa segada por la sed tocando a su puerta, ¿dónde se había visto eso? Aunque claro, ¡Esto es América! No había comparación entre la segura ciudad italiana y el descuidado pueblo estadounidense.
-Eres un vampiro.- susurró la de ojos negros y cabellos de fuego. –Tu olor no es como el de un humano…- su voz era melodiosa, pero a la vez salvaje. -…tu corazón sigue latiendo.- Isabella miró en su mente, de momento estaba sola y una compañera le sería de gran ayuda. A demás, necesitaba divertirse…
-Isabella Marie Swan.- extendió su mano hacia ella. La otra la tomó entre sus fríos dedos.
-Eres bienvenida a mi casa, Victoria.- sonrió angelicalmente, pero a la otra le pareció muy sospechoso. -¿Tienes algún don?- preguntó tan pronto fue cerrada la puerta.
-Soy experta en escabullirme, eso te lo puedo asegurar.- respondió con simpleza. Pero Bella sabía mucho más de lo que podía imaginar la mismísima Victoria, pues con tocar su mano había visto mucho de ella.
La invitó a tomar un baño caliente y se ofreció a llevarla de caza, aunque debían tener cuidado de a que persona cazar. Isabella mantuvo calmados los instintos de su nueva compañera de cabellos rojos, intentando que la situación no se le saliera de las manos. Lo que menos necesitaba era problemas con los curiosos Cullen o que alguien descubriera su verdadera identidad.
Volvieron a casa pasadas unas horas, platicaron sobre sus vidas –con datos falsos- durante la noche. Y por la mañana Bella partió al instituto, mientras Victoria salía del pueblo a buscar entretenimiento barato o un bocadillo. El camino a la escuela era sumamente corto para alguien de su capacidad, pero hoy no tenía ganas de ser vampiro. Un volvo plateado que ella conocía muy bien se detuvo a su lado –mientras caminaba por la carretera- con la puerta del copiloto abierta.
En su interior solo estaba Edward Cullen, mirándola con curiosidad y sonriendo de esa forma tan hermosa. Le devolvió la sonrisa al tiempo que subía al auto y cerraba la puerta, puso el bolso a sus pies y se giró hacia él.
Él también la miró. Sus ojos se clavaron en los ojos lavandas de ella y se sintió desprotegido ante la penetrante mirada de su compañera. Pero era imposible negarlo, había algo en ella que le atraía de sobremanera. Y no solo era ese olor o la ansiedad por no escucharla, ella emanaba peligro por cada poro, como si también fuera un depredador…
Reprimió la idea, incapaz de seguir considerando a tan inocente criatura un peligro para alguien. Pero no le pasó desapercibida la mirada traviesa y divertida de Isabella cuando él dejó de pensar aquello. Como si ella si fuera capaz de leerle la mente y le resultara gracioso aquello.
Definitivamente iba a descubrir que le ocultaba Isabella Swan, de eso estaba seguro o dejaba de llamarse Edward Anthony Masen Cullen.
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