Bella POV
No tenía una clara noción del tiempo en ese momento. ¿Habían pasado horas, o solo segundos? No concebía la más mínima idea.
Sam estaba mirándome con el ceño fruncido y las manos cerradas en puños; la postura relajada que poseía cuando ingresé a la jefatura había desaparecido completamente. Sus ojos negros, como el carbón, ardían por la furia; y sus labios, siempre curvos en una cálida sonrisa, ahora eran poseídos por una fea mueca. Su porte, siempre amable y atractivo, lo hacía ver hoy como un hombre maduro y reservado, superior a mí en todo aspecto.
Yo, por mi parte, estaba más ausente de lo normal. Había movido mi cabello hacía un lado de mi rostro, creando una cortina de finas hebras castañas. Mis manos estaban juntas, descansando sobre mi regazo; y mis tobillos se cruzaban uno tras el otro. Era una postura recta, formal, de buenos modales y gratificante apariencia. Estaba sentada con una gracia que no creía poseer.
Los labios de Sam se movieron varias veces. Abría y cerraba la boca en repetidas ocasiones, pero no era capaz de decir nada. Parecía buscar las palabras adecuadas, aunque su intento era en vano. Yo había adoptado una resolución, y una vez efectuada la decisión, era muy difícil –sino es que nulo- el cambio. Siempre he sido una persona muy terca –o cabezota si lo prefieren-, por lo que suelo hacer lo que he dicho que haré, sin importar las consecuencias de mis acciones.
Un poco arriesgado. Estúpido o infantil en ocasiones, pero es una cualidad que heredé de mi padre, y es algo que jamás podría cambiar.
-Estoy decidida, Sam.- fui la encargada de quebrantar aquél incómodo silencio que yo misma había originado. –Puedo hacerlo, y quiero hacerlo.- dije convencida, logrando que su expresión se suavizara un poco.
-Sé lo que intentas, Bella.- dijo suavemente, con aquella bondad que caracterizaba su semblante siempre. –Pero no puedo darte lo que deseas.-
¿Eso era una negativa? Estaba en un error si creía que me iba a dar por vencida tan fácilmente. Eso era algo imposible para Isabella Marie Swan. No renuncio a mis planes nunca, y menos en un momento semejante.
-Por favor, Sam.- Acaso, ¿le estaba rogando? Si que debo lucir patética.
-Bella, no me pides una autorización para ir a un baile con tus amigas. O me haces la petición de presentar a tu nuevo novio.- dijo entre serio y divertido. –Lo que me pides es muy arriesgado, y dudo que tu padre lo hubiera permitido alguna vez. Sobretodo porque se trata de ti, su más grande tesoro.- me quedé muda unos instantes, los suficientes para alejar esas palabras de mi mente.
-Pero mi padre ya no está, y es por su memoria, y la de mi madre, que quiero hacer esto.-
Sam se quedó en silencio de nuevo. Jugué con mis manos impaciente, un hábito de la antigua y dulce Bella. Y esperé. Esperé por minutos que se me hicieron eternamente lentos. Segundos que no avanzaban, y el reloj jugándome una broma pesada. Estaba molesta, necesitaba su consentimiento y apoyo. Lo necesitaba realmente. No era un capricho, o un simple deseo, era… era…
Una necesidad.
-No puedo, Bella.- habló por fin. –No, no, no.-
-Sam.- hablé seria. Él me miró intrigado. –Sabes que no pedía tu permiso, ¿no es así?- no me respondió y yo proseguí. –Sólo te informo mis planes, porque pienso llevaros acabo, y nada de lo que digas podrá cambiar mi opinión. Sé lo que hago, y ahora, tú también.- me levanté sin decir nada más.
Sam me siguió hasta la entrada de la comisaría, pero estaba harta de escucharlo. Me negué a voltear cuando me llamó, y en lugar de escuchar lo que deseaba decirme, me subí al auto y conduje a casa de Emily.
Cuando entré a la pequeña casita, mi amiga salió de la cocina y su semblante se oscureció un poco al ver mi rostro. No pude evitar azotar la puerta molesta y caminar a zancadas, y eso pareció ser suficiente para que se preocupara. Después de todo, yo era la adolescente rebelde.
-¿Qué va mal, Bella?- cuestionó Emily con su tono maternal. -¿El colegio, la gente del pueblo?-
-El colegio es lo mismo, todos me miran.- contesté bruscamente. –Jacob y sus amigos son unos idiotas, arruinaron la pintura de mi coche. Jacob me ha besado frente a toda la cafetería y ha susurrado a voces que soy su chica desde hace una semana. Una tal Alice Cullen ha preguntado por mi padre, y nos ha invitado a los tres a cenar. Y Sam me ha negado un favor.- escupí sin tomar aire, por lo que al acabar respiraba más rápido de lo normal.
No me había dado cuenta que, en mi ataque de desahogo, había caminado por toda la sala, mientras Emily me miraba desde su asiento en el sofá. Me quedé quieta y clavé mis ojos en los suyos.
-¿Qué favor?- inquirió curiosa. Me rendí, y terminé sentándome a su lado.
-Quiero tenderle una trampa a los hombres que nos hicieron esto.- mi voz se rompió en ese momento, y ella supo a lo que me refería al instante.
-Quiero usarme de carnada.- expuse sin apuro. –Atraer a ese hombre a mí, y luego atraparlo.- no sabía cómo explicarle a Emily lo que mi mente albergaba. Sam no me había dejado ni terminar de hablar. Había bastado la palabra cebo para que se negara a mi petición.
-¿Estas loca?- cuestionó molesta. -¿Y exponerte de esa forma?- se puso de pie con violencia y me miró con reprobación.
-¡No!- grité encolerizada, alzando los brazos al aire. –No hay peligro, Emily.- dije más tranquila. –No correré ningún riesgo si Sam me ayuda.- estaba jugando sucio, pero era necesario.
-¿Qué necesitas?- preguntó, sentándose de nuevo.
-Mantener la comunicación con algunos elementos, vigilancia cerca del lugar, un arma y repuestos de balas.- dije sin más. Ella me miró unos instantes y luego asintió.
-Yo hablaré con él.- y volvió a entrar a la cocina.
Me quedé en mi cuarto durante la cena. Escuchaba los argumentos que Sam usaba para apaciguar a su mujer sobre mi idea, pero no parecían surtir efecto. Emily es una persona muy dulce y suele apoyarme mucho, y esta vez, no fue la excepción.
Mientras ellos seguían enfrascados en su debate, me puse el pijama y me metí a la cama. El sueño me venció más pronto de lo que había imaginado, algo poco común en mí. Y no fue nada grato, para nada.
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Me encontraba de pie ante la pequeña casa en Forks que mis padres habían adquirido. Todo se veía cálido desde el exterior; era capaz de sentir la tranquilidad que emanaba del lugar aún desde el bosque. Y eso… eso solo trajo dolor a mi pecho.
Vi mis manos, traslúcidas, como si fueran ajenas a mí. Entré a la casa sin darme cuenta, y escuché gritos en la parte superior. Algo había cambiado en la atmósfera, ya no era esa sensación de paz y armonía, ahora era miedo y rencor.
Subí los escalones uno a uno, con una tranquilidad que me pareció agónica en esos instantes, hasta llegar finalmente a la planta alta. La luz de mi habitación llamó mi atención, y tuve que ir ahí primero, sabiendo que algo no andaba bien en todo aquello.
Abrí la puerta con esfuerzo, ya que la chapa no cedía, y lo que vi me dejó helada completamente. Era mi cuarto, si, y la muchacha en la cama era…yo. Y un balde de agua fría cayó sobre mi cabeza, haciéndome entrar en razón.
Me acerqué a mí misma (aunque era confuso decirlo de ese modo) y entonces, escuché la puerta cerrarse con violencia a mi espalda. Un hombre entraba, y la tortura comenzaba, lenta y dolorosa.
Avancé hacia atrás, temblando en sollozos que nadie sería capaz de oír en esos instantes, hasta que sentí la pared en mi espalda y me dejé caer al suelo. Mi cuerpo era ultrajado sin piedad por una bestia carente de sentimientos humanos. Y dolía, como si ocurriera de nuevo.
Sentí mucho asco, pero era imposible que apartara los ojos de la escena. Esperaba a que acabara para huir, para reaccionar y marcharme, pero no podía. Estaba petrificada ante mi propio dolor. Y entonces, otro hombre entró y se hizo un cambio de…violador. Y yo estaba ausente, perdida en mis recuerdos.
Vi mis manos tomar el arma y apuntar con deliberada inseguridad a mi rival. Me veía decidida, pero sentía el miedo correr por cada vena. Iba a fallar, pero no.
Y todo se repitió. Salí corriendo del cuarto tras dispararle al segundo hombre, y fui a la habitación de mis padres. Mi padre estaba muerto y mi madre era ultrajada por dos "hombres"; esos no eran hombres.
Y disparé.
¡Bella!- escuché que alguien me gritaba. Mi voz se quebró antes que contestara y rompí en sollozos de nuevo. Y de repente, todo se puso blanco.
-.-.-.-.-.-.-.-
-¡Bella!- gritó alguien de nuevo, pero esta vez más cerca. Abrí los ojos sobresaltada, mientras sentía mis mejillas empapadas.

-Sólo ha sido un sueño.- respondí vacilante, temerosa de saber que era real, aunque no dudaba de ello. –Un sueño.- repetí inconscientemente.
-No estás lista para esto, Bella.- murmuró Sam mirándome a los ojos una vez me senté en la cama. Genial, las tres de la mañana.
-Lo sé.- respondí, dejando a mis dos tutores sorprendidos. –Soñé con esa noche, y me vi vacilar con el arma en las manos.- hablaba más para mí, que para ellos en ese momento. –No puedo hacer nada hasta que tenga la seguridad de ganar.- y todo quedó en silencio.
-Te daré una pistola nueva, algo de alto alcance.- dijo Sam tras unos minutos. –Tendrás repuestos y mi permiso para cargarla todo el tiempo contigo.- mi rostro debía mostrar la confusión que me abrumaba. –Y… serás libre de practicar tus tiros.- una sonrisa se posó en mis labios al instante. Sam era lo máximo.
-Creo que Jacob es hábil con las armas.- canturreó Emily. –Él y la pandilla van de casa con frecuencia. Adoran hacer eso.- se encogió de hombros dubitativa.
-Gracias, a ambos.- sonreí suavemente. La mejor sonrisa en mucho tiempo.
Cuando se hubieron ido, y sabiendo que no podría dormirme de nuevo, me quedé ahí sentada, pensando en todo lo ocurrido. Esperaba volver a casa pronto y acomodar todo como antes, aunque ahora faltarían dos personas en ella. Llevé una de mis manos a mi rostro y sequé las traicioneras lágrimas que se deslizaban por mis mejillas. Y esperé, esperé al amanecer para prepararme e irme al colegio media hora antes de la entrada.
Y ese día no fue distinto al anterior. No estuve presente –mentalmente- en ninguna de mis primeras clases. Y a la hora del almuerzo, me senté en la misma mesa, mientras Alice Cullen me estudiaba desde la mesa continua.
Hoy vestía un pantalón de mezclilla negra, ajustado y sencillo; una blusa roja, sin mangas y sin dibujo; y sobre esta, una chaqueta del mismo estilo que el pantalón; así como botas de tacón. Mi cabello caía suelto, y mi maquillaje era leve. Aún así, parecía que la menos de los Cullen no parecía satisfecha, había oído que era fan de la moda; estaba obsesionada con el buen vestir.
-Hey, nena.- la voz de Jacob Black, y su brazo sobre mis hombros, me sacó de mis pensamientos. -¿Qué tal tu vida, princesa?- sus amigos me observaron descaradamente, desnudándome –para variar- con la mirada.
-Mucho mejor ahora que estás aquí.- dije en tono sensual, provocando que Quil escupiera su refresco sobre la mesa y todos me miraron con asombro.
Escuché al grandulón, ese tal Emmett, toser después de que se atragantara con su refresco. Miré de reojo a la mesa de enseguida, aquella ocupada por los Cullen, y noté los rostros vacilantes de todos ellos. Sonreí inconscientemente.
-Te dije que ibas a caer, Bella.- canturreó en tono arrogante. Sonreí de nuevo. Él suspiró. –Bien, ahora dime qué necesitas.- ¡Bah! Jacob no era tan idiota como para no darse cuenta.
-Sam te lo explicara en la comisaría, así que más te vale ir a verlo.- él se rió.
-¿Qué ganaré yo?- preguntó al ponerse serio de nuevo.
-Mi cercanía debería bastarte.- dije divertida.
-¿Y si quiero algo más?- sus ojos se dirigieron sin pudor a mi cuerpo.
-Con un poco de suerte, la paga podría ser… suficiente.- él vaciló ante eso.
-¿Estás diciendo que…?- Me reí y se quedó hecho piedra. Me escapé antes de responder a esa pregunta.
No iba a caer tan fácil con Jacob Black, antes muerta que acabar con un patán. Pero era la única forma de manejarlo a mi antojo.
Y salí de la cafetería, con la mente en todo sitio menos en aquél que me apresaba en esos momentos. Me sentía como un fantasma, como el mismo espíritu traslúcido que había invadido mis sueños aquella madrugada…
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