7 de junio de 2010

El Despertar de una Estrella: Capítulo I




Capítulo 1. Memorias de una Diva.

Forks, 20 diciembre 1918. 

Querido Diario:

Perdón por abandonarte estas ultimas tres semanas, pero todo el alboroto de la mudanza me ha dejado agotada. Ahora vivo en Forks, nunca antes había mencionado este lugar, y jamás pensé vivir en él, pero heme aquí. Forks es un pequeño pueblo, el cielo siempre está cubierto por nubes –en pocas ocasiones puede apreciarse en sol- y por lo general, siempre llueve. Es extraño el recorrer los pasillos de una casa nueva, deambular por las habitaciones de una pequeña casa en medio del bosque, después de haber tenido un gran hogar. Extraño el bullicio en Chicago, aquí todo es tranquilo y aburrido.

Chicago es mi lugar natal, no debe ser anormal que desee permanecer en él hasta mi muerte, pero la gripe española está acabando con la vida de miles de personas. ¿Recuerdas a mi amiga Alejandra? Debes de hacerlo, he mencionado su nombre desde mi cumpleaños número doce, y actualmente tengo dieciséis. Bueno, Alejandra murió tres días antes que yo me mudara, no te imaginas lo que he sufrido en este tiempo, si abandonarla con vida era el fin del mundo, ahora dejarla atrás sin poder volver a verla en el resto de mi vida. ¡Oh, cuanta crueldad! He llorado todo el viaje, y cada noche espantosa en este lugar. Extraño el sol y la gente de mi Chicago. ¡Cuánto dolor me aflige en estos momentos! Mi vida no tiene sentido de este modo. 

Mis padres parecen absortos en su propio mundo de ensueño, y con frecuencia me pasan por alto. Su aniversario diecisiete fue hace poco, y aun no se lo sacan de la cabeza. Los preparativos para las Navidades ya casi ha sido terminado, María –mi doncella- y José –nuestro fiel sirviente-, se mueven día y noche, de un lado a otro, alistando todo. El Sr. Jennings, su esposa y sus hijos, han decidido pasar la navidad con nosotros; mi padre, conociéndolo como su hija que soy, no pudo negarse a complacer a su nuevo jefe. Es un hombre agradable, de buena familia, respetado y con dinero. Su esposa, una mujer honesta y amable, no es ese tipo de personas que se creen la gran cosa por su nombre. Sus hijos Lucy y Rogelio son muy agradable; ella es de mi edad, su cabello es rubio y su bucles caen por sus hombros de forma graciosa, sus preciosos ojos azules cautivan a cuanto chico la observa unos minutos, su piel es blanca, sus modales perfectos y su elegancia envidiable; su hermano es, al igual que ella, rubio, sus ojos azules me han seducido desde la primera vez que lo vi, su sonrisa es cordial y su voz dulce, su trato cariñoso y no puedo evitar sonrojarme al estar cerca de él. 

Oh, debo marcharme. Mi madre me llama.

Por siempre tuya,
Isabella Marie Swan.

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Forks, 27 de diciembre de 1918.

Querido Diario:

¡Cuánto tiempo desde la última vez que ésta, tu fiel devota, no toca tus blancas páginas! ¡No sabes, ni te imaginas, cuan maravillosas Navidades he pasado! El Sr. Jennings se portó de lo más encantador, dijo que mi padre era uno de los mejores hombres que había tenido el gusto de contratar, y le pidió que fuera su socio. Mi madre casi llora de alegría, yo no podía estar más emocionada, y mi padre sin habla. La Sra. Jennings trajo a casa un pastel delicioso que hizo especialmente para la ocasión, me ha encantado su forma de cocinar, incluso ha dicho que me enseñara pronto para que sea una esposa ejemplar y sepa como mandar en mi casa. Lucy, no pudo haberse portado más hermosamente. ¡Tanta virtud debería ser pecado! Su vestido era de un azul celeste, iluminando su rostro delicadamente maquillado, y despertando el cielo en su mirada. ¡Y que decir de Rogelio! ¡Que hombre más elegante y atractivo! 

Se me ha declarado a pesar del poco tiempo de conocernos. ¡Y yo, como era de esperarse, he llorado de felicidad después de afirmarle que lo amaba con desesperación! Ha sido una noche maravillosa, no me canso de repetirlo. 

Debo marcharme, la cena esta lista y Rogelio vendrá a verme esta noche.

Por siempre tuya,
Isabella Marie Swan.

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Forks, 15 de febrero de 1919.

Querido Diario:

¡Ahora si que no tengo perdón! ¡Dejar pasar el tiempo de este modo! Oh, cuanta dicha ha llenado nuestro hogar. Año nuevo fue normal, nada exagerado ni tan espectacular como las Navidades. Mi padre está feliz como socio del Sr. Jennings, el sueldo es bueno y ahora nuestro apellido en signo de admirar. Mi madre se ha convertido en una mujer de sociedad. Lucy y yo no la vivimos en bailes, conocemos gente y los hombres nos llueven a montones. Nunca me consideré coqueta, pero creo que la ayuda de mi hermana, o espero que pronto pueda llamar a Lucy de ese modo, ha logrado resaltar mis encantos y ahora si me considero merecedora de Rogelio. 

¡Pero eso no es lo que debo contarte! Ayer fue 14 de febrero, día de San Valentín. ¡Y a qué no adivinas que ha ocurrido! Rogelio ha pedido a mi padre su consentimiento para que sea su esposa. ¡Cuanta felicidad ha llegado a mi corazón para encender este oscuro lugar! Mis padres han dado su consentimiento en nuestra unión y nos han bendecido llenos de alegría y llanto. Y los Sres. Jennings no caben en si de gusto y orgullo por convertirme en su hija. ¡Lucy es una joya! Ha saltado, gritado, aplaudido y llorado, sin soltarme las manos, una vez le dimos la noticia.

Sin más que agregar, me despido por hoy.

Por siempre tuya,
Isabella Marie Swan.
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Forks, 18 de febrero de 1919.

Querido diario:

Caroline Lucas, una de las hijas del Sr. Lucas, nuevo socio de papá y el Sr. Jennings, nos ha invitado a Lucy y a mi, a acompañarlas a ella y a su hermana Catalina a Europa. ¡Europa, lo puedes creer! Oh, por cierto, adivina quien se casa en mayo. ¡Si, yo! Pasaré de ser la Srita. Swan, para convertirme en la Sra. De Rogelio Jennings. Nunca creí posible verme con tanta suerte, antes no me hubiera permitido un viaje a Europa ni ahorrando años, pues nuestro dinero no era tanto como lo es hoy. Ganamos cinco mil libras al año, que ya es decir mucho, y la familia de mi prometido gana el doble. Esto es una locura.

He aceptado acompañarlas por los pedidos de mi hermana. Pero ahora, realmente estoy emocionada. Compraré mi vestido de novia allá, talvez en Francia o Italia. Las Sritas. Lucas y mi hermana Lucy me asistirán con eso.

Debo empacar, nos vamos mañana.

Por siempre tuya,
Isabella Marie Swan.

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Una figura femenina era alumbrada por la luna llena que ocupaba el cielo esa noche. Su ligero vestido blanco se ondeaba con el fresco aire que entraba por la ventana abierta, donde se apoyaba para leer con los rayos lunares. Su mirada estaba totalmente perdida en las páginas de aquel libro antiguo que tenía entre sus blancas manos. Su largo cabello castaño cubría parte de su rostro. Estaba absorta en su mundo de ilusiones y anhelos, recordando su pasado mientras ojeaba aquel diario que uso durante años, su fiel y eterno compañero.

Levantó la mirada al escuchar el casi silencioso sonido de la puerta al abrirse. Sus ojos chocolate se posaron sobre otra figura de ojos mas fieros que los suyos. Cerró el diario que estaba leyendo y lo escondió tras su espalda, una sonrisita se formó en sus labios al ver la mirada de falso reproche de su compañera.

-Vamos, Is. No debes guardarme secretos, soy tu amiga y eso no es educado.-el falso tono de voz provocó que la otra joven soltara una pequeña carcajada.

-Oh, Heidi.-llamó suplicante la de ojos café. –Sabes que te adoro, pero a veces necesito privacidad.-su tono era tan falso como su amiga, por lo que ambas sonrieron.

-¿Leyendo ese diario de nuevo?-preguntó curiosa la que respondía al nombre de Heidi.

-Si. No sabes que tan extraño es tener este cuaderno en mis manos. No lo tocaba desde...-empezó la muchacha a hablar, pero al verse incapaz de proseguir soltó un suspiro y bajo la mirada.

-Desde 1919 no lo tenias entre tus manos, es realmente extraño. Aro fue muy bueno al devolvértelo, lo traías contigo cuando llegaste a Italia en aquel año. Veinte después te lo dio y ahora ha pasado tanto tiempo desde tu llegada...-comentó la otra viendo a su amiga incapaz de continuar.

-Ochenta y seis años, Heidi. Y aun me arrepiento.-su voz transmitía todo el dolor que en su pecho se albergaba.

-No lo hagas, de no ser así, hubieras muerto.-dijo la mujer. –Mejor cuéntame que pasó después, sabes bien que tienes más tiempo con ellos que yo. Tu llevas casi noventa años aquí, yo solo cuarenta. Ahora, cuéntame.-trató de hacerlo sonar como una orden, pero la ansiedad en su voz y la curiosidad brillando en sus ojos, la delató.

-Continuaré leyendo, entonces. –dijo rindiéndose la chica.

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Volterra, Italia. 7 de julio de 1939.

Querido Diario:

¡Oh, mi viejo amigo! ¡Cuánto tiempo sin noticias tuyas ni mías! ¡Veinte años han pasado desde la vez que mi pluma tocó tus hojas! Han pasado tantas cosas horribles desde aquella vez...

Antes de salir de Forks para viajar a Europa, Rogelio nos acompañó hasta nuestro transporte. Era siempre tan caballeroso, tan elegante y cariñoso. Besó mi mano al momento de despedirnos, luego besó la alianza de compromiso que adornaba uno de mis dedos, y después sus labios acariciaron los míos con ternura. Nuestro primer beso...y el último. ¡Cuánto dolor me embarga al recordar el dulce elixir de su boca! Jamás olvidaré ese nefasto día.

Llegamos a Italia como primer destino, la ciudad de Volterra era la mayor atracción del momento. Su encanto era seductor y sus calles –incluso callejones- una tentación. Pero ese fue nuestro grave error, el deseo de entrar a la ciudad y conocerla de principio a fin. Fuimos conducidas al interior de un majestuoso edificio, los grandes ventanales, los cuadros, cuanto había en aquel lugar era atrayente. Nos llevaron a las Sritas. Lucas, a Lucy y a mi, frente a los dueños y guardianes de tal ciudad. Sus nombres: Aro, Cayo y Marco.

¡Oh, que vida la mía! De ser la mujer más feliz sobre la tierra pasé a ser presa de tres seres extraños. Uno de ellos se acercó a mi y tocó una de mis mejillas con sus pálidas y frías manos. Me ruboricé al instante por su acción e intenté apartarme, pero él me detuvo. Sus ojos brillaban por la excitación y por un momento tuve miedo. 

-¡Que extraña criatura!-dijo emocionado. –Serás una compañera estupenda para nosotros.-esas fueron sus palabras.

Lo próximo que sentí fue un extraño calor en el cuerpo, fuego quemándome por dentro y caí inconsciente. Mis amigas no supieron que pasó, estaba sola con ellos cuando me mordieron. ¿Vampiros? Lo son, lo somos. Es completamente absurdo, lo reconozco, pero es la más pura de las verdades. Tres días de dolor fueron los que pasé. Mis amigas fueron conducidas a la salida, olvidando todo lo ocurrido desde que entraron al "palacio", poder de uno de "ellos". Me dieron por perdida y siguieron su viaje tras semanas de buscarme.

Diez años después de mi renacimiento regresé a Forks, acompañada por uno de ellos, claro está. Mi padre había muerto de tuberculosis y mi madre estaba muriendo de lo mismo. Al verme sonrío tristemente y me dijo cuanto me amaba, y cuanto me había amado mi padre. Lloró unas cuantas lagrimas y suspirando, dejó este mundo cruel. Abatida, volví a Italia. 

Lucy se había casado con Efraín Lucas, el hermano mayor de Caroline. Rogelio superó mi perdida dos años después de la misma, y se casó con Catalina Lucas. Mis padres jamás modificaron su testamento, tenían la esperanza de que yo regresara alguna vez. La herencia era de veinticinco mil libras, las cuales están a mi disposición actualmente. 

Me tardó veinte años poder desahogarme contigo. Te traía entre mis manos al llegar a Volterra, pero cuando me transformaron te perdí y así lo di hasta hoy. Aro te encontró en uno de sus estantes y te puso en mis manos. Y aquí estoy de nuevo, escribiendo sobre tus hojas la desdicha de mi vida. Ahora soy una criatura de la noche, un ser inexistente, un vampiro.

Por siempre tuya, y ahora si para toda la eternidad,
Isabella Marie Swan.

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-Fue la última página en blanco. Luego dejé de escribir.- la de ojos castaños dijo, rompiendo el silencio que se había producido.

-Pero, ¿por qué te afliges tanto, mujer?- preguntó visiblemente intrigada la otra vampiresa. –Tienes todo lo que una chica podría desear: una belleza devastadora, una figura perfecta, talentos y virtudes por doquier, y la eterna juventud; estas estancada en los dieciséis años eternos.-enumeró la chica.

-Pero no es lo que deseo. Llevo una existencia, porque esto ya no es vida, sin sentido. Tengo dinero, belleza y fama, pero no es suficiente. –dijo la otra aun melancólica.

-Oh, Is. ¿Quién no querría ser tu? Todas las jóvenes, no solo de Italia, anhelan ser como tu algún día. Eres reconocida en todo lugar, entraste como modelo hace dos años y a cantar hace seis meses. ¿Qué mas da el resto? Eres perfecta y todos te aman, ¿qué te hace falta para ser feliz?-cuestionó de nuevo.

-Solo se, que no lo soy. Esto es vano, yo debí haberme quedado en Forks y casado con mi prometido, tener hijos, nietos y morir.-repuso.

-¿Cambiarias todo esto... –dijo mirando a su alrededor- ...por una vida humana?-

-Si, lo haría, una y mil veces. Ser una estrella no me hace feliz, la muerte lo haría.- dijo completamente decidida.

-Estoy segura que cambiaras de opinión pronto...-una sonrisa se formó en el rostro de Heidi.

Su compañera la miró sin comprender, pero no dijo nada. Se giró para contemplar la luna de nuevo, pero esta estaba siendo sustituida por el sol. Dejó escapar otro suspiro y cerró la ventana, al mismo tiempo que su amiga abandonaba la habitación.

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