8 de diciembre de 2010

School Days: Capítulo XXIII


Chapter 23

Bella POV

Abrí los ojos lentamente, desorientada por la habitación en la que me encontraba. Era un hospital, de eso no había duda, pero, ¿por qué estaba allí?

Los recuerdos pronto volvieron y sentí los ojos húmedos. Aquella mañana había despertado con Edward después de una noche de sinceridad inconclusa, habíamos ganado el partido final de fútbol y luego visto una película, habían llegado mis padres…

Mis padres. Ellos eran el problema, la causa y la consecuencia. Nos habíamos puesto a discutir a mitad de la sala, furiosos con los otros por sus errores, aunque no reconocíamos los propios. Palabras subidas de tono, acusaciones falsas y varios golpes, ¿quién no se pondría histérico con eso? Recordé pedir su marcha entre palabras de una falsa victoria, haber escuchado la puerta ser azotada cuando sus figuras me dejaron sola –rota e inmóvil- a mitad de la sala. Recordaba estar próxima al derrumbe, y luego sólo una desesperante oscuridad.

Gotas de agua y el resonar de pastillas en un frasco llenaron mi mente, llenando el vacío que había en ella. ¿Qué me había pasado? Siempre había tomado tranquilizantes en casa, pero nunca tantos. ¿Realmente pensaba suicidarme? Negué con la cabeza y algunas lágrimas rodaron por mis mejillas.

No, no pensaba en ello. Había renunciado a lo material y a mis padres, les regresé su apellido, pero no les entregaría mi vida. Porque mi vida no les pertenecía a ellos ni a las divinas, ni siquiera era mía. Mi vida era de Edward, y él era mi vida.

Mis ojos recorrieron la habitación. Tres osos de peluche en una mesa cercana, tres arreglos de rosas. Había tres floreros –también con rosas- en una repisa, dos de ellos con siete rosas y el tercero con seis; una rosa sola se encontraba al lado del último florero. La ventana estaba abierta, permitiendo a la luz lunar alumbrar el cuarto. Alguien estaba de pie junto a ella, con la mirada perdida en la negrura.

-¿Edward?- me aventuré a preguntar. Se sobresaltó violentamente y luego se giró, su rostro estaba sorprendido y no pude evitar sonreír.

-¡Oh, Bella. Haz despertado!- en un segundo lo tuve a mi lado, alegre ante la noticia. Asentí vacilante.

-Realmente lo siento, Edward.- murmuré cuando tomó mi mano entre las suyas. –Fue estúpido de mi parte hacer eso…- puso un dedo sobre mis labios, haciéndome callar.

-Haz dormido mucho, Bella.- me regañó juguetonamente. -¿Sabes cuánto tiempo a pasado?- notaba algunas lágrimas brillar en sus pestañas.

-Tres semanas.- respondí con seguridad. Él asintió desconfiado. –Las navidades han pasado y hoy debe ser viernes, ¿antes de año nuevo?- me aventuré a preguntar.

-¿Cómo lo has sabido?- preguntó divertido, pero noté una lágrima rodar por su mejilla. Sentí una opresión en el pecho ante esa mínima gota de sufrimiento. ¿Por qué Edward no podía estar tranquilo un solo segundo? Mi corazón se rompía en pequeñas piezas al verlo en aquél estado, y sabía que eso jamás se repararía. ¿Si mi corazón se encontraba de ese modo, cómo estaba el suyo?

Esa noche me juré a mi misma cambiar cada una de sus lágrimas por una sonrisa. Él era todo lo que necesitaba para seguir viviendo, y de ahora en adelante le pertenecía en totalidad. Así me costara toda la eternidad remediar el daño, lo haría sin refunfuñar, porque no quiero ver la tristeza reflejada en sus ojos ni un solo instante más.

Edward POV

Los ojos de Bella se llenaron de lágrimas mientras sus dedos apartaban las de mis mejillas. Estaba tan feliz de verla de nuevo, de escucharla llamarme y perderme en la piscina de chocolate en su mirada. Sus mejillas sonrosadas estaban empapadas en perlas saladas. Las quité torpemente con mis dedos, deseando que no volvieran a posarse en ellas nunca más.

La siguiente hora pasó entre chequeos y suaves miradas. Carlisle se había presentado ante ella con esa sonrisa que quita el aliento a sus pacientes. Pero ella no se vio deslumbrada –como las otras mujeres-, sino que sus mejillas se cubrieron de un suave tono rosado y apartó la mirada avergonzada, buscando desesperadamente mi mirada. Estaba asustada por conocer a Carlisle en tales circunstancias. Le sonreí, tratando de infundirle valor, pero se negó a levantar la voz alguna vez y se escondió en su propia mente varios minutos.

-¿Crees que haya sido un mal momento para conocer a su suegro?- Carlisle murmuró seriamente, pero en sus ojos claros brillaba la diversión. Me encogí de hombros, pero la vergüenza se hizo presente en mí cuando sentí mis mejillas arder. –Cuídala, Edward.- palmeó mi hombro y salió de la habitación, dejándonos a Bella y a mí solos de nuevo.

-¿Mis padres han enviado eso, verdad?- sus ojos se clavaron en los tres osos de felpa y las rosas. Asentí. Su mano se cerró con fuerza sobre la mía. Pasaba la una de la mañana, pero ambos nos manteníamos en silencio.

-He hablado con ellos la última semana.- susurré. Su rostro se giró con sorpresa y confusión en mi dirección. Su mirada era fría, y sentía su cuerpo como hielo bajo mi tacto. No dijo nada ni me miró en los siguientes minutos. Suspiré agotado ante su falta de cooperación. -¿Cómo supiste el tiempo que ha pasado?- pregunté, intentando recuperar el sonido de su voz. A demás, sentía curiosidad por ese pequeño detalle.

-Me han internado el último día de clases…por intento de suicidio, ¿no?- preguntó con una extraña sonrisa. Asentí pensativo, ¿Estaba intentando evadir mi pregunta? –Mañana iniciaría mi cuarta semana acá.- suspiró y enfocó la mirada en uno de los osos. –Cuando tenía quince años, el verano antes de entrar a Twilight, Jacob me enseñó a andar en moto.- sonrió con anhelo, pero a la vez con amargura. –Olvidé cuál era el freno y me estrellé al intentar –en vano- girar en una curva.- se rió alegremente, como si aquello fuese una travesura de niños. –Estuve inconsciente dos semanas.-

Me puse de pie y tomé el oso y la rosa –que no estaba en florero-, pues los miraba con cierto interés, y los coloqué sobre su regazo. Bella sonrió agradecida y abrazando al muñeco, hizo girar la flor entre sus dedos. Me preguntó si el oso había sido puesto aquél día y asentí receloso. No entendía a dónde deseaba llegar.

-Cada oso representa el fin de una semana de sueño.- me lo mostró. Tres osos en tres semanas, era algo lógico, visto de ese modo. –Los arreglos llegan cada inicio de semana, lo que me dice que mañana habrá otro en camino.- eso también tenía coherencia. Empezaba a entender. –Los floreros de siete representan los días de la semana, empezando a contar en sábado.-

-¿Significa que siempre hay una rosa fuera para señalar el día?- pregunté viendo a dónde se dirigía. Me sonrió, confirmando mi sospecha. –La séptima rosa, en tus dedos, simboliza el fin de la tercera semana: viernes.- ella asintió, colocando ambos objetos en la mesa cercana a su cabeza.

-Mis padres lo ha hecho durante años, he aprendido a ubicarme con solo mirar sus obsequios.- sonrió, pero su mirada no brillaba. –Creen que con esto compensan todo el daño.- apretó la sábana entre sus dedos y sus ojos se humedecieron, pero no lloró.

La mantuve hasta el amanecer despierta, perdida en sus pensamientos mientras le narraba todo lo acontecido con sus padres. Lloró en partes y en otras se rió. Mi Bella estaba volviendo, más fuerte y feliz, nuevamente mía. Al salir el sol de lleno, sus ojos se cerraron de cansancio y se quedó dormida. La imité en unos instantes, descansando la cabeza en su colchón y sin soltar su mano.

Cuando mis ojos se abrieron de nuevo, eran alrededor de las tres de la tarde.

Bella POV

La historia era tan distinta a lo que yo creía recordar… ¿cómo habían logrado engañarme tanto tiempo? Sabía que en mi memoria había lagunas, lagunas que yo misma había creado para ahogar recuerdos innecesarios. Ahora podía recordar cosas que antes no, como si alguien hubiera dejado una llave sobre la mesa y la puerta pudiera abrirse.

Edward conocía a mi familia mejor que yo misma, y eso me hizo envidiarlo. Deseaba haber estado despierta para escuchar a mis padres hablar, revelar esos secretos que me ocultaban y que ahora Edward me hacía llegar. Deseaba estar en sus zapatos y saber que no me mentía…pero de eso no podía dudar, él no tenía razones para mentirme…

El Doctor Cullen volvió a la habitación a eso de las tres y media. Sus ojos buscaban los míos con frecuencia, pero yo rehusaba su mirada. Era la peor forma de conocer al padre de tu "chico". Me sentía avergonzada, ¿realmente podrían aceptarme si Edward me escogía? Su sonrisa decía que sí, pero no era capaz de ver a sus ojos para corroborarlo.

Fue hasta una hora más tarde que me atreví a mirarlo a la cara. Edward había salido a comer algo –por órdenes de su padre- y dejándome sola con él.

-No debes avergonzarte.- dijo Carlisle Cullen sin apartar su mirada de mis mejillas sonrosadas. –Ni debes temer mi rechazo. Eres lo que Edward quiere.- no supe que decir ante ello, ¿cómo conocía él mis miedos?

-¿Cuánto daño le he causado?- me atreví a preguntar mientras con su bolígrafo daba suaves golpes sobre el suero casi vacío. Su respuesta me sorprendió:

-Ninguno que no pueda ser reparado.-

Retiró la aguja del suero de mis venas y todos los aparatos fueron desconectados. Le sonreí tímidamente.

–Eres libre de irte a casa ahora.- su voz era amable, pero podía sentir un gran cariño oculto tras ese tono formal. –Espero verte mañana en nuestra casa, Bella. Eres bienvenida.- después de eso se marchó. Casi lo había olvidado, la mañana siguiente era año nuevo. Sonreí de nuevo y me dispuse a vestirme.

Cuando abroché el último botón de mi blusa blanca, la puerta se abrió. Charlie y Renée me miraron alegres y sonrieron, les correspondí la sonrisa y los invité a pasar. Hablamos poco tiempo, pero todo quedó resuelto. Mi libertad estaba asegurada y el orden restablecido.

A eso de las siete llegamos al dormitorio. El internado estaba prácticamente vacío. Los alumnos se habían retirado a pasar las fiestas con sus familias o amigos, incluso los maestros e habían retirado esa vez. Nadie estaba enterado de mi desliz, y eso me alivió en gran medida. Nuestro pasillo estaba desierto y una vez entramos al dormitorio me sentí alegre de nuevo.

Edward insistió en que debía descansar un poco, pero yo me rehusaba. Entre muchas quejas y empujones, logré que se quedara conmigo en mi cuarto. Nos metimos a la cama y pronto se quedó dormido. Estuve varios minutos observando su rostro en calma y repetí la promesa que me había hecho al despertar la noche anterior.

Acaricié su mejilla y besé sus labios antes de salir de la cama y entrar al baño. Dejé sin seguro la puerta de mi lado, confiando ciegamente en él. Abrí la regadera y dejé el agua correr con total libertad, esperando que se calentara. Me saqué los zapatos lentamente y los puse al otro lado del cuarto.

Miré mi rostro en el espejo y abrí la llave del lavabo, enjuagué mi cara varias veces, hasta que recuperé mi color habitual. La puerta se abrió en el momento que cerré la llave y clavé la mirada en el espejo de nuevo. Edward me contemplaba con sufrimiento pintado en el rostro. Cerré las manos sobre el lavabo y me maldije interiormente por todo esto.

Edward POV

Abrí los ojos con pereza, algo cansado todavía. Bella no estaba a mi lado. Me senté velozmente en la cama y escuché el agua correr en el baño, mi corazón dio un vuelco en la agonía y me precipité hacia allí. No pregunté ni pedí permiso, abrí la puerta y los ojos de Bella se clavaron en mí desde el espejo. La vi tensarse en su sitio y luego agachó la mirada.

Cerré la puerta a mi espalda y acorté la distancia que nos separaba. La tomé por los hombros y la hice girarse. Sus ojos rehusaban mirarme y gruesas gotas caían sobre el piso. Un sollozo rompió el silencio instalado entre ambos y se precipitó contra mi pecho, buscando el consuelo que se negaba a pedirme con frecuencia. La abracé con fuerza y la dejé llorar, mis dedos se enredaban en sus cabellos una y otra vez, no hice preguntas. Ella se encargó de romper aquel silencio sepulcral con voz rota.

-¿Nunca vas a olvidarlo, no es cierto?- tomé su rostro entre mis manos, sin comprender su pregunta. Intentó apartarse, pero yo seguía teniendo más fuerza. Detuvo el forcejeo, pero no me miró. –Fue una estupidez, debería estar muerta…-

-Eres absurda.- la corté furioso y por primera vez sus ojos buscaron los míos. –No vuelvas a decirlo nunca.- me contemplaba con tristeza, con dolor y una angustia infinita.

-¿Qué sentiste, Edward?- preguntó de nuevo. -¿Qué sentiste cuando me encontraste…?- no acabó esa pregunta y se lo agradecí. Mi rostro se desfiguró ante el recuerdo y la vi llorar de nuevo.

-No puedes entenderlo.- dije secando sus mejillas. –No podría soportar perderte.- sentía un nudo en la garganta y lágrimas rogando por salir.

-¿Por qué?- preguntó acariciando mi rostro con sus dedos.

-Porque eres lo más valioso que tengo, porque te necesito…-me cortó con el ceño fruncido.

-¿Por qué, Edward?- estaba molesta, su voz lo reflejaba. -¿Qué tengo yo que pueda ofrecerte?- su pregunta me tomó con la guardia baja. –Puedes tener a cualquiera y quieres a la peor de ellas.- su tono era hiriente, me lastimaba. ¿Era su modo de rechazarme? ¿El típico: "No eres tú, soy yo"? –Eres absurdo…- murmuró entre dientes.

-Te amo, Bella.- no esperé una respuesta o una queja, atrapé sus labios sin permiso. Me correspondió con el mismo deseo que expresaba cada poro de mi piel. Sus labios se movían armoniosos con los míos –como siempre lo hacía- y casi podía escuchar su corazón desbocado, igual que el mío. La había arrinconado contra la pared antes de darme cuenta.

No sé cuánto tiempo duró el beso, pero el aire nos faltaba a ambos cuando nos separamos jadeantes. Intenté acercarme de nuevo, pero colocó dos de sus dedos sobre mis labios e intentó normalizar su respiración. La observé detenidamente, memorizando cada detalle de su rostro, como si fuera a perderla pronto.

-Eres un tonto.- dijo con una pequeña sonrisa. La observé serio, esperando lo peor. –Te amo, y mucho, Edward.- esta vez fue ella la que se acercó a reclamar mis labios. La aferré con fuerza, sabiendo que ella me amaba tanto como yo a ella. Sabiendo que era mía…

Bella POV

Tomé su mano, cuando nos separamos de nuevo, y lo arrastré bajo la ducha. La curiosidad brillaba en sus ojos cuando el agua cayó sobre nosotros. Estaba tibia y el vapor rodeaba el cuarto y empañaba los espejos y vidrios.

Mi mano sobre su pecho acabó por desequilibrarlo. Lo empujé contra la pared y lo obligué a quedar sentado en el piso mojado. Me arrodillé ante él y busqué sus ojos.

-No quiero que te preocupes al escuchar el agua correr…-intentó cortarme, pero puse un dedo sobre sus labios, y obedientemente se calló. –Y no deseo que cuando estés aquí me recuerdes de ese modo…-

-Bella, no…- intentó hablar, pero lo besé fugazmente y lo detuve.

-Quiero que me veas igual que ahora: viva, alegre, tuya…- no esperé una respuesta, no la necesitaba. Lo único que necesitaba era sentir sus labios sobre los míos.

Entre besos y caricias, roces y prendas que se desprendían, conocimos el paraíso. Éramos perfectos el uno para el otro, como si el destino lo hubiera decidido así. Por primera vez descubrí esa sensación que Jacob no me había producido, sentí el cielo demasiado cerca, al alcance de mis dedos…

Porque Edward no buscaba solo sexo conmigo, Edward realmente me hizo el amor aquella noche…

Y aún bajo el agua, entre el vapor y besos ardientes, las doce campanadas resonaron en el reloj del internado. El año nuevo nos recibió juntos, marcando el inicio de algo que iba a durar para siempre. O por lo menos, eso sentía yo en ese momento…

-Feliz Año Nuevo, Edward.- susurré sobre sus labios.

-Feliz Año Nuevo, Bella.- volvimos a juntarnos en un beso más calmado.

Hay una tradición en Japón que dice que si una pareja se besa durante la última campanada del año viejo, la que recibe al nuevo año, su amor dura toda la eternidad. Y eso es lo que yo deseaba, que las mariposas en mi estómago no desaparecieran, y que Edward no se apartara de mi lado nunca.

-Te amo- susurramos ambos a la vez y nos miramos unos instantes. –Por siempre.- repetimos.

Amor de Verano: Capítulo II


La Cita
¿Realmente era yo?

No estaba segura de eso. Quizás Rosalie hubiera cambiado mi espejo por un cuadro de un gran artista, su madre podría haberlo enviado como obsequio. Porque realmente la que se veía en el reflejo no era yo.

El rostro de esta mujer se veía hermoso, como si hubiera sido perfeccionado por las manos del mejor de los escultures sobre el planeta. La piel parecía frágil, quebradiza; las mejillas estaban un poco sonrojadas, un tono tan natural a pesar de ser rubor; las pestañas parecían postizas, pero eran totalmente naturales, estaban rizadas y oscuras, espesas; el delineado en tono plata resaltaba sobre la sombra negra, enmarcando los ojos color chocolate; los labios, teñidos de un suave color rojo, y con una capa de brillo, eran atrayentes.

Su cuerpo era cubierto por una falda de mezclilla unos ocho dedos sobre la rodilla, la blusa era ajustada y negra, con botones al frente y manga dos cuartos -sobre el codo- con algunos adornos de pedrería en la espalda y sobre la estrecha cintura; su busto parecía más proporcionado, y su parte trasera bien definida. Podías notar cada curva puesta en su sitio, y eso era algo que yo no poseía. Las piernas se veían largas y blancas, luciendo en los pies unas botas negras de tacón delgado.

El cabello castaño caía suelto por su espalda, en ondas definidas, y parecía suave al tocarlo. Quería enredar mis dedos en él y sentir si era tan suave como aparentaba.

No pude evitar acercarme y tocar el espejo con los dedos varios segundos, notando como el reflejo imitaba a la perfección cada uno de mis movimientos. Y ahí ya no me quedó duda alguna: esa chica era yo.

-Te ves hermosa, Bella.- pronunció Emmett, y no pude evitar mirarlo. Sus ojos me sometían a un ligero escrutinio, pero me sentía indefensa ante el calor de su mirada. Sonreí, y miré a Jasper, intentando calmar el nerviosismo creciente en mi interior. Eso no ayudó mucho…

Jasper me sonrió suavemente, y le devolví el gesto. Pero podía sentir sus ojos en mi espalda, recorriendo mi cuerpo de forma un poco descarada. Sabía que estaban sorprendidos, tanto -o más- que yo, pero no podía dejar de sentirme como una muñeca de exhibición; una escultura; un maniquí.

-No puedo creerlo…- susurré aún contemplándome en el espejo. -¿Realmente soy yo?- Rosalie se rió suavemente, alegre, musical. No estaba enfadada, y yo no estaba gritando que me desmaquillaran, algo extraño para todos. Me sentía…atractiva por primera vez en mucho tiempo, pero sabía que el encantamiento no duraría para siempre. Era como cenicienta, me iría a las seis de la tarde y para las diez de la noche, volvería a ser calabaza.

-¿Cuántas veces te lo hemos dicho Bella?- susurró Alice, parándose tras mi espalda. Acomodó un poco mi cabello y me regaló una sonrisa. -Eres hermosa, no debes dudarlo.- sentía algunas lágrimas agolparse en mis ojos, pero no podía derramarlas, no después de todo el trabajo que les había tomado a mis amigas hacer esto.

-Una foto, chicas- dijo Emmett y de la nada sacó una cámara digital de su espalda, como en esos animes donde siempre aparece lo que necesitas en el momento justo, aunque se parecía a la vaca que pasa volando durante un huracán, que mientras tu intentas huir ella pasa haciendo "muuu". Puse mi mejor sonrisa y abracé a mis amigas, pero ahí no terminó la sesión fotográfica. Pronto nos retratamos todos, de todas las formas y con todo lo que pudimos. Nos tomamos más de cien fotos en menos de media hora.

A las seis en punto sonó el timbre, y todos bajamos las escaleras. Las chicas y yo nos sentamos "casualmente" en la sala, como si no hubiera estado esperando a mi "cita". Emmett venía saliendo de la cocina con un bol de palomitas y unas bebidas, y Jasper se dirigió a la puerta.

Mike estaba de pie ante ella, sosteniendo en sus manos una rosa blanca. Llevaba su típico cabello peinado con gel, unos jeans azules y una camisa roja. No lucía tan mal, pero cuando me vio se quedó congelado y con los ojos abiertos como platos. Igual que todos…

-Hola, Mike.- saludé educadamente, mientras me levantaba y caminaba hacia él.

-Oh, Bella, te ves…wow…- Alice soltó una risita, y yo solo sonreí, intentando ocultar la risa que comenzaba a inundar mi pecho. Salimos pronto de casa, todos prometieron esperarme ahí viendo algunos videos o usando la computadora, si necesitaba volver antes de lo previsto, podía llamarlos y alguien pasaría por mí. Esperaba no necesitar de este recurso.

El coche de Mike estaba estacionado junto al de los gemelos, y la comparación era un pecado. El flamante auto rojo opacaba completamente al desgastado auto azul del hijo mayor de los Newton. Sonreí como boba mientras me subía al auto.

Fuimos al cine primero, como era de esperarse, vimos una comedia romántica carente de emoción y de novedades. Me reí varias veces, más por las reacciones de la gente que por la película. Mike se la pasó observándome, y me sentía realmente incómoda ante esa mirada lujuriosa; aunque no era el único que lo hacía. Había notado que más de un chico me había visto esa noche, y muchos habían intentado coquetear conmigo, por primera vez en mis diecisiete años de vida me sentí deseada, me sentí como una verdadera mujer.

Volvimos al auto al terminarse la función, yo había ido antes al tocador, para llamar a Alice y decirle que todo estaba en orden. Se había sentido muy aliviada al saber que había soportado dos horas con Newton y seguían con el maquillaje intacto, al igual que vestida. Tendría que reprocharle eso tan pronto volviera a casa.

En el camino casi no hablamos, tenía entendido que me llevaría a un restaurante no muy costoso -petición mía, por supuesto- y después a casa. Yo no era el tipo de chicas que terminan en cuartos de hotel o en la casa de sus "citas" y mucho menos durante la primera. Estaba divagando un poco sobre los planes para en día siguiente, pues debía preparar mis maletas tan pronto llegara a casa.

-¿Está bien este lugar, Bella?- me preguntó Mike, aparcando frente a un restaurante a las afueras de la ciudad. El lugar era hermoso, y a pesar de verse como una pequeña cafetería, a mis ojos era el sitio perfecto para ir a cenar con tu pareja.

-Es...perfecto, Mike.- dije bajando del coche antes que él, deteniéndome a mitad del camino para girar en mi sitio y contemplar todo con suma atención.

El suelo estaba cubierto por césped verde, algunos árboles en las orillas y rosales rojos por doquier. El lugar se veía elegante, aunque no era nada exagerado, pero no por eso menos romántico o espectacular. El hombre que nos recibió era muy cordial y desde el principio nos dio un trato distinguido, quizás por eso del resplandor del primer amor, aunque nosotros no fuéramos novios. Nos guió a una mesa en el exterior, donde todo era aún más hermoso.

Había una gran fuente en el centro del jardín, rodeada de luces que se reflejaban como arcoiris en las gotas de agua. Había más rosales, rojos y blancos, y algunas flores distintas: tulipanes, claveles, margaritas, entre otras. Había varias parejas degustando platillos de buen ver. Y pronto estuvimos sentados uno frente al otro contemplando en menú.

Me prometí pasarla bien el resto de la velada y no echarle a perder la oportunidad a Mike, debía darle el gusto por una vez en la vida. También debía recordar traer un día a los chicos a este lugar, sería perfecto para que ellos se pusieran de novios y celebraran sus aniversarios aquí. Nada costoso ni aparatoso, pero sumergido en un ambiente tan cálido y acogedor como solía gustarnos.

-La he pasado muy bien, Mike.- le dije mientras cenábamos, pues ambos nos habíamos sumergido en un incómodo silencio. -Gracias.- vi su rostro iluminarse y en sus labios se pintó una sonrisa. Estaba realmente feliz por mis palabras, y aunque a muchos les costara creerlo -o les pareciera imposible- realmente estaba disfrutando la velada.

A partir de ese momento comenzamos a hablar de distintas cosas: nuestros gustos, amigos, compañeros, la escuela, el verano, planes para el futuro, películas, música, libros…

Y realmente la plática era entretenida. Mike no era tan tonto como aparentaba o como había escuchado correr el rumor por ahí. Conocía sobre los temas que le hablaba, y cuando no estaba seguro de algo o no se encontraba informado no decía nada, no como esos hombres que comienzan a hablar tonterías que ni siquiera se relacionan con el tema.

Escuché sus elogios varias veces, convenciéndome de lo hermosa que me veía esa noche y lo agradable que le resultaba mi compañía. Se estaba comportando como todo un perfecto caballero, aunque no era el tipo de chico para mí.

Después de la cena nos dirigimos a casa, completa y totalmente alegres de haber disfrutado la tarde y de que todo hubiera terminado ya. Estaba cansada y aun tenía muchas cosas que hacer, pero mi consciencia estaba tranquila y sentía que Mike y yo podríamos ser muy buenos amigos de ahora en adelante. Ya no correría a ocultarme en los baños de chicas al verlo, y si me proponía salir de nuevo, no iba a negarme.

Él no era mi hombre ideal ni mi príncipe azul. Pero podía ser lindo convivir con él de vez en cuando y salir en plan amigos. Alguien con quien conversar en las reuniones, trabajar en los proyectos escolares, bailar en algunas fiestas o salir a cenar tranquilamente en las afueras. Mike Newton había resultado mejor de lo que esperaba. Con razón Jessica Stanley llevaba tanto tiempo enamorada de él.

El coche de Mike aparcó frente a mi casa, y antes que terminara de desabrocharme el cinturón, él ya estaba de mi lado sosteniendo la puerta abierta y ofreciéndome su mano. La acepté gustosa, y al levantarme del asiento pude notar los ojos curiosos de Alice en la ventana. Le guiñe un ojo y pronto volvió a cerrar las cortinas.

Mike me acompañó hasta la puerta y ahí nos detuvimos, inseguros de qué hacer. Sabía que se acostumbraba despedir a tu pareja con un beso en los labios, pero no estaba segura si deseaba cometer ese error.

Sentí los dedos de Mike recorrer mi mejilla lentamente y suspiré suavemente, su rostro se acercó al mío y sus labios atraparon los míos en un beso suave. Y no era tan malo, considerando que no besaba a nadie desde que había roto con mi novio. Bueno, solo a Jasper o Emmett en algún reto -y pocas veces pasaba- y sentía como si fuera la primera vez.

Nos separamos pasados unos segundos y podía sentir mis mejillas arder.

-Bella, quería…- comenzó a hablar Mike, pero prediciendo lo que me diría, decidí cortarlo.

-Mike, yo…no creo que tengamos química para ser algo más que amigos…- lo vi sonreír de forma pícara.

-Podemos ser pareja, Bella.- dijo él, aunque podía jurar ver sus ojos brillar con malicia. -Pero tienes razón…-reconoció por fin. -No estamos hechos el uno para el otro, y yo estoy buscando una chica para mantener una relación formal. Lo mejor será que seamos solo amigos.- remarcó la palabra amigos con cierta diversión.

¡Un momento! Que alguien detenga la cinta y me explique si lo que escucho está bien. ¿Mike -el pegoste- Newton me estaba rechazando a mí Isabella -Bella- Swan? Me quedé en blanco y lo sentí alejarse de mí.

-Aun así, Bella.- habló de nuevo. -Puedes contar conmigo para lo que quieras, y bueno, siempre tendrás derecho a roce.- besó mi mejilla y comenzó a caminar rumbo a su auto. Yo no dije nada, y permanecí varios minutos -después de que se fue- de pie frente a la puerta.

¡Me había rechazado!

No deseaba que fuera de otra manera, pero ¿cómo se atrevía a rechazarme?

¡Olviden todo lo que dije de Mike Newton antes!

¡Es un completo y total idiota! No quiero volver a salir con él en toda mi vida… y miren que ofrecerme derecho a roce…

Sentía la frente palpitarme ante la furia. Todo el poder que había sentido al salir de casa se había esfumado por arte de magia. Ahora debía entrar a mi hogar y decirles a mis amigos que el imbécil de Newton me había mandado a volar.

Metí la llave en la chapa y la giré lentamente. Entré con pasos silenciosos, aun consciente de que todos me esperaban, y me dirigí rumbo a la sala. Cuatro pares de ojos curiosos me observaban con una chispa de intuición brillando en ellos. Y de pronto, me sentí nerviosa y muy molesta a la vez.

Emmett sonrió ante mi rostro, me pregunté que veía en él.

-Bella, querida, si no dejas de fruncir el ceño de esa manera, esa arruga se marcará.- comentó Rosalie entre preocupada, autoritaria y divertida, en cierto sentido me recordaba a mi madre. Suavicé la expresión un poco, pero seguía molesta.

-¿Qué ha ido mal, Bella?- me preguntó Jasper, mientras me rodeaba los hombros con su brazo y me guiaba al asiento individual de mi sala, sentándome sobre su regazo. -Cuando llegaste te veías muy feliz…- bufé exasperada.

-Todo fue bien, hasta que llegamos a la puerta.- dije con algo de furia. Escuché a Emmett estallar en carcajadas, y por poco me caigo del regazo de Jasper por el susto.

-Él te ha besado.- alcanzó a pronunciar mi amigo -el grandulón- entre carcajadas. Mis mejillas se tiñeron de rojo, al tiempo que Jasper comenzaba a temblar levemente y las chicas me bombardeaban con preguntas extrañas.

-¡Besa bien!- grité frustrada después de diez minutos de preguntas e interrupciones. -Pero dijo que quería una relación seria y que mejor fuéramos amigos…-

Nadie dijo nada, por lo que tuve que volver a hablar:

-Me ofreció derecho a roce.- escondí mi rostro en el pecho de Jasper, totalmente avergonzada. El silencio reinó y comenzaba a sentirme incómoda, muy, muy incómoda.

-¡Mike Newton te rechazó!- gritó Emmett, para luego estallar en carcajadas, al igual que el resto. Y lo peor del caso, es que yo también me reí, y reí con tanta fuerza que lágrimas comenzaron a bajar por mi rostro.

Después de más de dos años de haber estado ocultándome de Mike y sus invitaciones a salir, por fin había aceptado y me lo había logrado sacar de encima. De haber sabido que esto pasaría, lo hubiera hecho hace mucho…

Pero pronto esas risas se convirtieron en sollozos, y sentía los dedos de Jazz recorrer mi espalda, tratando de apaciguarlos. ¿Qué no me estaba riendo hace un momento? Pero si Mike Newton me había mandado a volar, él, quien siempre había estado detrás de mí, me había rechazado, ¿quién realmente iba a aceptarme? No sé cuanto tiempo lloré, ni cuantas voces intentaron tranquilizarme, pero cuando me detuve me sentí mucho mejor.

Alice y Rose me acompañaron a preparar mis cosas para el viaje a la playa, parlotearon todo el tiempo, pero no presté atención. Mi mente repetía una y mil veces la misma pregunta:

¿Había alguien, ahí afuera, para mí?

Una vez todos se fueron y me hube puesto mi pijama, me metí en la cama. Pronto caí dormida en un profundo sueño, donde todo era negro, pero a la lejanía notaba el resplandor de unas esmeraldas…unos ojos verdes me observaban desde las sombras, y ahí lo entendí…

Mi príncipe azul tendría unos preciosos ojos verdes…

Esperaba encontrarlo pronto…y que yo fuera su princesa…

11 de agosto de 2010

Cruz de Navajas: Capítulo XI


Capítulo XI:

Hielo.

El cielo de Forks se encontraba cubierto por gruesas nubes negras. El aire corría con fuerza, revolviendo los cabellos de los habitantes del pequeño poblado. Poca gente se encontraba fuera de casa, pues la tormenta era tan que no dejaba mucho lugar al cual ir. Era habitual que lloviera, pero no con tanta fuerza. Sin embargo, eso no parecía molestar a la chica castaña que avanzaba entre los altos árboles del bosque tras su casa.

Sus pies pasaban sobre charcos de agua estancada, ensuciando sus zapatos nuevos. Iba calada hasta los huesos, con la ropa pegada a su escultural figura. Sus largos cabellos castaños se removían inquietos por culpa del viento. Sus ojos dorados estudiaban con atención aquél camino repleto de piedras y troncos caídos.

Seguía caminando, ajena al frío del exterior. Su dura piel parecía jugar competencias con el agua, todo para descubrir cuál de las dos se encontraba más helada. A veces se preguntaba que sentiría de ser humana, pues hacía mucho tiempo no le tocaba pasar por algo así. Posiblemente estuviera muerta de frío, bajo una gran colcha y con una taza de chocolate caliente entre las manos. Sonrió al recordar cuando era capaz de hacer aquello.

-Isabella.- llamó una voz, nombrándola. Ella se giró, topándose con aquella encantadora joven de revoltosos cabellos negros y finas facciones de duendecillo. Sonrió en respuesta, saludándola en silencio. –Estás empapada.- dijo Alice, riendo divertida por el aspecto de la castaña. –Ven conmigo.- la sujetó de la mano y la condujo al prado donde se encontraba el resto.

Saludó a Esme primero, pues era quien se encontraba más cerca. La atractiva mujer de cabello color caramelo la recibió con un gran abrazo y un beso en la mejilla. –Me alegra que hayas venido, Bella.- había dicho ella, sin apartar esa sonrisa maternal de su rostro en forma de corazón.

-No me perdería el juego por nada.- respondió la chica, despreocupada. Sabía que los Cullen solían jugar béisbol cuando hacía buen clima, es decir, los días de tormenta. Así los fuertes impactos del bate contra la pelota asemejarían el horrible sonido de los truenos. Recordó cuando aquellos ruidos no la dejaban dormir, y como su madre solía acurrucarse a su lado para que ya no tuviera miedo. Definitivamente, los días de lluvia eran su punto débil.

-¿Qué dices, Bella?- preguntó Edward, mirándola con un peculiar brillo en sus ojos de oro fundido. Ella sonrió, incapaz de dar respuesta a la pregunta que desconocía. Él lo entendió de inmediato, soltando una leve risita que captó la atención de todos. –Te preguntaba si deseas jugar.- esa sonrisa torcida que a ella tanto le gustaba permaneció bailando en sus labios, intentando convencerla de unirse a aquel llamativo juego.

-Prefiero ver.- dijo por fin, ganándose una cálida mirada de Esme, quien siempre se quedaba fuera de aquella práctica tan americana. Carlisle Cullen, en compañía de los dos rubios de la familia, formaban el primer equipo; los 'hermanos' Cullen eran el segundo. Tres contra tres, hermanos contra hermanos, compitiendo entre ellos, vampiros jugando béisbol.

-Realmente le haces feliz, cariño.- escuchó pensar a Esme, la madre de Edward. Sonrió, algo cohibida por aquella confesión tan silenciosa. –Aunque no lo creas, él ha cambiado. Y puedo notar que tú eres la causa de esa sonrisa que ahora siempre luce en su rostro. Y ese brillo en sus ojos…- ella no continuó, notando la turbación en el rostro de su compañero. –Disculpa.- pronunció de forma rápida, para luego volver a centrarse en el juego.

Isabella se alejó de Esme, sintiéndose extraña en su presencia, pero sólo lo suficiente para aún poder ver el juego. Se centró en los bates que golpeaban una y otra vez las pelotas, así como la forma y velocidad con que estas surcaban el aire y desaparecían de la vista. Sonreí cuando veía a Edward correr y regresar con la pelota en su mano, victorioso.

-Ella realmente es especial para él.- pensó Rosalie, mirando discretamente a la chica de orbes profundas. –Supongo que la ama. - se encogió de hombros, volviendo al juego.

-¿Ella sentirá lo mismo que él? - se cuestionó Jasper, mientras esperaba tras la primera base. –Ella parece tan despreocupada, tan perdida y él… Edward se ve como un tonto enamorado. Es un poco vergonzoso.- el Hale se rió de su propio chiste, divertido.

Edward también escuchaba los pensamientos de su familia y eso, a pesar de lo acostumbrado que estaba, lograba ponerlo incómodo. Ya no por lo que se decía, sino porque Bella también debía estarlos escuchando. –Tranquila, no debes hacerles caso. - pensó para ella, buscando su mirada. No la encontró, pues ella jamás volteó a verlo. Suspiró algo desilusionado y centró su atención en la pelota que Emmett estaba por lanzarle.

La lluvia cesó cuando Carlisle empató el marcador. Todos bufaron, decepcionados por el empate. Sabían que pronto volvería a llover y podrían continuar ese juego, pero ahora debían conformarse con el resultado. El líder de aquel Clan de vampiros vegetarianos abrazaba por los hombros a su esposa, demostrándole todo su afecto. Emmett besaba a Rosalie con una pasión desbordante. Alice abrazaba a Jasper, contándole los planes que tenía sólo para ellos dos.

Edward bufó ante esas parejas melosas, buscando, mientras, a Bella con la mirada. Ella se encontraba a varios metros, cabizbaja. Corrió hacia ella, deteniéndose justo enfrente. Ella no levantó la mirada y él no la obligó a hacerlo. Se quedaron así por minutos que parecieron eternos, en un silencio sepulcral. Él, preocupado por su condición; ella, nerviosa por sus dudas.

Y justo cuando Edward tocó su hombro, Isabella alzó el rostro. Sus ojos chocaron con los del otro; dorado contra dorado. Él sonrió, acariciando las suaves mejillas de la muchacha. Ella, por su parte, suspiró. Edward fue acercando su rostro, hasta que sus labios estuvieron a escasos centímetros de los de ella. Bella acortó la distancia que los separaba, dejándose deleitar con el néctar de su boca.

Cuando aquel beso fue roto, ella se atrevió a hacer la pregunta que tanto temía. –Edward, ¿acaso tú…?- se detuvo, aún dudando si debía proseguir. Él le dio ánimos, sonriéndole de esa forma torcida, tan sexy. -¿Me amas?- sus palabras flotaron en el aire. Pasaron uno, dos, tres segundos. Él se encontraba mudo, convertido en una estatua de hielo. Ella no le miraba, aún esperando una respuesta que no sabía si iba a llegar.

-Bella.- habó él por fin, posando una mano en su mejilla. –Te amo más que a nada en este mundo.- le besó la frente, esperando su reacción. Ella sonrió, alegre, emocionada, enamorada. -¿Tú me amas?- le devolvió la pregunta, sonriendo. Ella asintió. -¿Qué tanto?- cuestionó, inconforme, curioso.

-Más de lo que tú puedes amarme.- repuso ella, besándole el pecho. Él se rió, pensando que aquello no podía ser verdad. –Sabes que no miento.- dijo ella, ofendida.

-No, no lo sé.- le respondió él. –No puedo leer tu mente.- se burló, molestándola.

-Pero puedes ver en mis ojos la verdad.- aquellas simples palabras lo desencajaron. No esperaba una respuesta como aquella; no, no de ella. Sonrió como tonto una vez más, ofreciéndole la mano para volver a casa. Ella la tomó, observando sus dedos entrelazados. Y supo que ahí era donde debía estar, ahí con él, de esa forma.

Caminaron juntos hasta la casa de los Cullen, acompañados por un cómodo silencio y un cielo que comenzaba a despejarse. Llegaron mucho después que el resto y también mucho más sonrientes. Todos los miraron y también a sus manos, pero no efectuaron comentario alguno. Sabían que ese par era un tanto peculiar, pero que debían estar uno junto al otro. No había nadie más allá afuera esperando a Bella, pues Edward ya lo había hecho toda su vida.

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-Tu familia realmente te quiere.- había señalado Isabella, mirando por el gran ventanal de la habitación de Edward. –Lo sé por… sus pensamientos.- aquella simple confesión parecía avergonzarla, como si ella tuviera la culpa de escucharlos a casa segundo.

-A ti también.- dijo él, abrazándola por la espalda. –Eres lo mejor que nos ha pasado.- susurró en su oído, ganándose una mirada de reproche en el reflejo del cristal. Sonrió sólo para ella, mostrándole sus blancos y perfectos dientes. Ella se rió, de forma tan hermosa que a él le dolió.

-¿Qué pasará cuando debe irme?- preguntó ella, bajando la mirada. -¿Pensarás en mí cuando esté en Italia?- aquello rompió el corazón del joven de cabello cobrizo.

-Aún quieres irte.- habló, apartándose de ella. Bella se giró, viendo su espalda. –Supongo que no puedo cambiar eso.- repuso con voz amarga. Ella se acercó y le hizo frente, buscando esos ojos que alguna vez, años atrás, fueron verdes.

-No quiero irme, pero debo hacerlo.- susurró ella, acariciando su rostro. –Es mi deber como Vulturi.- aquello no pareció suficiente para él.

-¿Y cuál es tu deber contigo misma?- le cuestionó, retándola con esos fríos ojos negros. Ella bajó el rostro, sintiéndose impotente. Se dio la vuelta y dejó la habitación, bajando la escalera ante la atenta mirada del resto de la familia. Todos habían escuchado aquella conversación, llegando a la misma conclusión. Edward bajó minutos después, pero ella ya no estaba cerca para disculparse.

Se dejó caer en uno de los sillones, siendo regañado mentalmente por cada vampiro presente. Sabía que Isabella se encontraba ahí con el fin de exterminar a aquellos neófitos que amenazaban el pueblo y agradecía enormemente haberse topado con ella en su camino. En ese momento se preguntó por qué ella seguía ahí, a su lado, puesto que había concluido su deber días atrás. Se sintió culpable al saber la respuesta, ella permanecía en ese lúgubre pueblo por él.

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Isabella corrió por el bosque, incapaz de apartar aquella pregunta de su mente. ¿Cuál era su deber consigo misma? ¿A qué se refería Edward con aquella pregunta? ¿Cuál era la respuesta? Se detuvo en mitad de aquella frenética huída, incapaz de ver lo que había detrás de aquellas palabras. Su deber… ¿Cuál era? Siguió el mismo camino, ahora andando lento, mientras reflexionaba.

Horas después llegó a su casa, algo ausente. Subió la escalera sin darse cuenta, para luego entrar a la primera habitación y dejarse caer en la suave cama. Y se quedó ahí, mirando el descolorido techo. Deslizando sus ojos por las desteñidas paredes azules. Sintiendo el colchón bajo su espalda y la almohada bajo su cabeza. Y cerró los ojos, como si quisiera dormir. Permaneció quieta, sumida en sus pensamientos, hasta que unos pasos la alertaron de la llegada de otra persona.

Edward se encontraba subiendo las escaleras en ese instante, deseoso de verla. No se levantó ni abrió los ojos; no se movió ni un centímetro, ni emitió sonido alguno. Él la contempló con tristeza, sabiendo que la había herido. Se acercó a la cama y se tumbó a su lado, abrazándola contra su pecho. Bella abrió los ojos lentamente, contemplando la mirada llena de disculpa de su compañero. Sonrió dulcemente, tratando de mostrarle que todo estaba bien, pero no bastó.

-Edward.- susurró ella, mientras se fundían en un beso cargado de sentimientos encontrados. Ninguno deseaba perder al otro, pero muy en el fondo de sus corazones sabían que tarde o temprano debía pasar. Ella no podía quedarse en Forks, y él no podía ir a Italia. Quizás si pudiera marcharse y formar parte de la guardia Vulturi, como ella, pero eso significaría apartarse de su familia o arrastrarla con él, y ella no lo dejaría hacerlo.

La sintió estremecerse bajo su cuerpo y por un momento se sintió como un adolescente normal, cegado por la pasión. Deslizó una mano por la silueta femenina, deteniéndose en las prominentes caderas de la muchacha. Ella acariciaba su espalda, bajo la camisa de algodón. No iban a detenerse, lo sabían. Siguieron besándose con rudeza, acariciándose con devoción y desvistiéndose con prisa, para luego fundirse en uno solo.

Y así pasaron aquella tarde y el resto de la noche, demostrándose el amor que se profesaban con cada mirada, con cada caricia, cada beso y cada roce. Solo ellos dos, uno junto al otro.

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Los siguientes días no fueron distintos. Emmett y Alice constantemente se burlaban de Edward, intentando molestarlo con sus absurdos recordatorios de su virginidad perdida. Él intentaba no prestar atención, pero solía fallar ridículamente. Sólo la musical risa de Isabella lo calmaba, recordándole, una y mil veces, por qué la amaba.

Carlisle y Esme solían reír junto con ella, notando la felicidad de ambos muchachos. Mientras que Jasper y Rosalie rodaban los ojos y chasqueaban la lengua, rogando al cielo que alguna vez se detuvieran aquellas estúpidas bromas de mal gusto. Principalmente las de Emmett, quien cada vez era menos discreto y más gráfico.

-Vámonos de aquí.- había pronunciado Edward una de esas cansadas tardes, tomando a Isabella de la mano. –Estoy harto de escuchar a Emmett.- Dios, era tan lindo cuando hacía eso. Ella se rió tontamente, observándolo apretar el punte de su nariz con dos dedos. -¿Qué pasa?- le había preguntado, con la curiosidad brillando en sus ojos. Y Bella había negado, divertida.

Caminaron juntos, tomados de la mano, brincando troncos y charcos de lodo. Él guiándola, ella dejándose llevar. Y fue así como llegaron a aquel hermoso lugar, que reclamaron como suyo desde que lo vieron. Era un enorme prado, rodeado por árboles verdes y bellas flores coloridas. En ese lugar todo parecía más tranquilo y normal. Estando ahí eran sólo Edward y Bella, sin problemas ni presiones, sin burlas ni deberes. Eran ellos, sólo eso.

Ambos recostados sobre el suave pasto, observando las finas nubes cubriendo el cielo del pueblo, sintiendo la brisa correr. Uno junto al otro; él acariciando sus cabellos, ella acariciándole el pecho. Unas tontas sonrisas adornando sus labios. Ambos cerraron los ojos, dejando que la paz de aquel lugar los llenara por completo.

Ese sería su lugar secreto y no le hablarían a nadie de él nunca. Podían ir en cualquier momento, juntos o por separado, para disfrutar de esa belleza sin igual. Sería un lugar para pensar en el otro y en uno mismo, para sonreír, reír o desear llorar. Porque en ese lugar se encontrarían con el otro cada vez que fueran y sentirían el amor en el aire al estar ahí.

-¿Sabes cuándo volverás a Volterra?- preguntó él, sentándose para observarla. Ella le imitó, mirándolo directamente a los ojos. Negó con la cabeza. –Ojala nunca lo hicieras.- habló de nuevo, sin dejar de contemplarla.

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Isabella se encontraba en su habitación, leyendo un viejo libro que Esme le había prestado. Mientras la noche daba paso al amanecer, algo cambió en ella. Por alguna razón, su cuerpo ahora parecía distinto. No le dio importancia, pensando que tal vez se había sumergido bastante en la lectura. Sin embargo, una duda surgió en ella cuando clavó su vista de nuevo en aquellas amarillentas páginas.

Se levantó y fue directo al baño, a mitad del pasillo. Su reflejo la dejó sin aliento. La mujer que la contemplaba lucía más pálida y con unas ojeras amoratadas bajo sus brillantes ojos rojos. Se acarició el rostro, comprobando que se trataba de ella. Esos ojos estaban muertos e impregnados de sangre. El brillo que había caracterizado a su mirada por tanto tiempo se había marchado, dejando en su lugar un vacío y una frialdad que jamás había visto.

Buscó los pupilentes violetas, pero no mejoró en nada. Su mirada seguía siendo roja, más perversa que la de los Vulturi. Una furia animal corrió por su cuerpo, obligándola a romper el cristal y partir su imagen en miles de pequeñas copias. Se miró la mano, sintiéndose avergonzada por esa acción tan inhumana. Y la realidad la golpeó de lleno: ella no era humana.

Nuevos sentimientos se apoderaban de ella, convirtiéndola en una esclava de sus impulsos. Se debatía internamente entre ser la de ayer o la de hoy. Quería llamar a Edward y preguntarle que estaba ocurriendo, pero a la vez se decía que él no sería capaz de entender nada. Y le dolía comenzar a pensar en él como un simple estorbo más.

Ese día no fue a la mansión Cullen, lo que extrañó a todos sus habitantes. Alice no la veía en ninguna de sus visiones; no había señal de ella. Edward había corrido hasta su casa, para encontrarla en su habitación, como días atrás. Sólo que esta vez ella no había actuado de igual forma, cuando él se había recostado a su lado, ella, bufando, se puso de pie y desapareció en un parpadeo. Él la había seguido, notando la forma en que ella le ignoraba o le respondía de forma cortante.

El día siguiente había estado en la enorme casa blanca, mirando a todos con esos ojos rojos. Nadie entendía lo que le ocurría, por qué en momento volvía a ser la chica dulce que estaba enamorada perdidamente de Edward, y al siguiente segundo era esa vampiresa sin corazón. Su personalidad y actitud estaba variando. Y esos ojos rojos brillaban con malicia, de forma espeluznante.

Y hubo un momento donde la situación se salió de control. Bella estalló violentamente, afectando a todos por su control de emociones y el de Jasper. Rosalie y Alice empezaron una discusión sin precedentes, Emmett y Jasper se gruñían. Edward la había tomado de la mano para sacarla de ese lugar antes que algo peor ocurriera, llevándola de vuelta al prado que había visitado días atrás.

-¿Qué es lo que te pasa?- preguntó Edward, soltando violentamente su muñeca. Isabella clavó sus ojos rojos en él, mirándolo con un frialdad que no esperaba. Su sonrisa logró asustarlo un poco. Ella parecía toda una cazadora en ese momento, asechando a su presa. Edward apartó su mirada, pensando lo que podría haber cambiado para que ella fuera de hielo, de nuevo.

-Isabella.- una tercera voz pronunció, rompiendo el tenso silencio. Él de cabello cobrizo se giró veloz, observando fijamente a la dueña de aquella voz. Sus ojos se abrieron con sorpresa. Ante ellos, arrodillados sobre el pasto, se encontraban cinco figuras ocultas tras capas rojas. No había duda alguna, ellos eran de la guardia Vulturi.

Isabella sonrió. Y aquello fue lo que más alarmó a Edward. Esa sonrisa siniestra bailando en sus labios.

School Days: Capítulo XXII

Chapter 22

Edward POV

Me encontraba en la habitación que mi padre le había asignado a Bella. Aún no lograba entender lo que había ocurrido realmente, no deseaba hacerlo… ¿qué la había orillado a tomar una decisión tan precipitada?

Y de eso iban dos semanas…

Las navidades habían pasado sin novedad. No me había movido fuera del hospital innecesariamente en las últimas dos semanas, dos semanas en las que Bella no había abierto los ojos, dos semanas que no pude ver su sonrisa o escucharla reír, dos semanas sin oír su voz. Estaba a punto de enloquecer.

-¿Cuándo vas a despertar, Bella?- mis dedos acariciaban su mejilla. –Necesito que vuelvas en ti, te necesito…- mi voz se quebró y comencé a sollozar. Necesitaba ver a Bella recuperada de nuevo, la quería de vuelta…

Mi padre entró en ese momento en el cuarto, cargaba entre sus manos dos osos de peluche, ambos con moños azules en sus cuellos de felpa. Los pequeños ojos negros de los animales me contemplaban. Eran bonitos, estaba seguro que a ella le gustarían. Los colocó en una pequeña mesa, ambos sentados correctamente, perfectos.

A los segundos entraron dos personas más, cargando costosos arreglos de rosas con moños azules. ¿Serían de las divinas? Y una pregunta mejor, ¿se atreverían a mandarle algo o a visitarla?

-Son de sus padres.- comentó Carlisle, como si supiera lo que estaba pensando. –Creen que a ella le gustará cuando despierte. Adora las rosas y los osos, o eso dijo su madre.- me sorprendí ante el detalle.

A pesar de que Renée y Charlie Swan habían tratado de modo tan rudo a su hija, y se habían atrevido a golpearla e insultarla, al menos conocían algunos de sus gustos y se encontraban preocupados.

-Si, creo que le gustarán.- suspiré. Mi padre abrió las cortinas del cuarto privado, dejando que el crepúsculo apareciera ante mis ojos.

-Debes tener fe, Edward.- murmuró mi padre desde su lugar junto a la ventana. –Ella despertará pronto.-asentí, no dudaba de ello. -¿Cuánto significa para ti?- preguntó curioso.

-Lo es todo.- dije convencido. –No puedo vivir sin ella.- me encogí de hombros.

-¿La amas o es solo un capricho de adolescentes?- cuestionó con diversión.

-Realmente le amo, aunque no sé que siente por mí.- no pude evitar mirar el rostro de Bella, pálido y sin vida.

Dos toquidos en la puerta nos alertaron de la llegada de alguien más. Ésta se abrió, dando paso a dos figuras que yo muy bien conocía.

-¿Usted es el doctor Cullen?- preguntó Charlie Swan, dirigiéndole una mirada interrogativa a mi padre.
-Si, soy Carlisle Cullen, el médico de su hija.- él asintió. -¿Puedo ayudarlos en algo?-

-Quisiera hablar con usted en privado.- Carlisle lo siguió y juntos salieron del cuarto. Renée Swan permaneció inmóvil a unos cuantos metros de nosotros, su rostro no mostraba nada.

-¿Tu eres Edward?- me preguntó pasados unos minutos. Mientras hablaba comenzó a caminar hasta donde descansaban los peluches y tomó uno entre sus manos.

-Si, soy Edward Cullen, compañero de Bella.- ¿por qué aquella imponente mujer sabía mi nombre?

-Lo sé. Bella me habló de ti la última vez que fue a casa.- la miré con sorpresa y ella pareció notarlo. –No te sorprendas, Bella es muy espontánea y a veces habla de más. Aunque es alguien maduro para su edad.- sonrió. Al parecer era tan observadora como su hija. –Gracias por cuidarla.- su voz sonó amable, su tono no era falso.

-No hay nada que agradecer.- no sabía que decir. ¿Por qué se mostraba como una madre normal ahora? –Realmente quiero estar con ella.- los ojos de Renée me miraron con sorpresa y confusión. Pero pronto su expresión se suavizó.

-No sé cómo permití que las cosas llegaran tan lejos.- murmuró. –Fui tonta, lo sé.- comenzó a sollozar suavemente. –Siempre he intentado que Bella sea lo mismo que fui, que siga la tradición.- las lágrimas corrían por sus mejillas. –Fue un error.- Carlisle y Charlie entraron en ese instante. El Sr. Swan se acercó a su esposa y la abrazó, al parecer el muro había caído. Mi padre puso la mano en mi hombro antes de irse.

-Bella se puso muy mal después que se fueron.- susurré también. –Nunca la había visto tan mal…- el recuerdo me abrumaba. – Ella estaba molesta, pero pronto se le pasó…- me cortaron.

-Debía estarlo, hemos sido unos idiotas.- Charlie pronunció cada palabra molesto, pero consigo mismo. –Jacob Black nos contó la verdad, y las niñas lo confirmaron. Debimos creerle…-

-Sí, debieron hacerlo.- ¿qué pretendían con esa nueva faceta de padres protectores? –Y ella debería odiarlos, pero no lo hace. Su corazón es demasiado puro para eso.- Charlie sonrió un poco, pero la alegría no llegó a sus ojos.

-¿Sabes, Edward?- murmuró Charlie después de unos instantes en silencio. –Bella siempre ha sido una chiquilla dulce, pero eso no servía en Inglaterra.- negó con la cabeza. –Mi familia siempre la rechazó, pero ella no quiere verlo. Mi hermana Carolina y mi madre nunca la quisieron, nadie lo hizo. La hija de una mujer sin apellido no era aceptada por los Swan.- no sabía que decir.

-Sin embargo, ambas la acogieron con fingido aprecio para forjarla, no lo lograron.- habló Renée. –Bella tiene un espíritu muy libre y rebelde, es imposible domarla.- rió un poco, pero tampoco llegaba la alegría a sus ojos. –Al mudarnos a Forks su humor decayó considerablemente, tenía amigos de buenas familias, pero el clima la abrumaba.- siguió la madre de Bella. Lo que me contaba era muy distinto a lo que Bella había dicho… -Así que decidí mandarla a Phoenix, y Twilight era la mejor opción.-

-Las divinas forjarían su carácter lo suficiente para dejarla ser digna de llevar el apellido Swan.- continuó Charlie. –Pero Bella logró dejarlas atrás al llegar ustedes al internado. Estoy seguro que ella se mantuvo con Jacob para no tener que comportarse como el resto, pero al llegar ustedes, especialmente tú, ella supo que no seguiría aparentando.- me quedé en shock ante esa declaración. –Kassandra Mallory lo dijo después de la fiesta de Bella, el modo en que le había hablado y el hecho de atreverse a abofetearla era una clara revelación ante su naturaleza.- rió con mayor entusiasmo.

-También abofeteó a Lauren, y se enfrentó a sus amigas dos veces de forma grave.- me encogí de hombros ante el rostro desconcertado de Renée. –Si sirve de algo, yo creo que su carácter esta más que forjado.- se rieron, y sonó tan musical como la risa de Bella.

-¿Sientes algo por ella?- preguntó Renée con suspicacia. Asentí con las mejillas rojas, no era igual hablar con mi padre que con los suyos.

-Estoy enamorado de ella desde hace meses.- Charlie sonrió receloso. –Pero ella…-

-Ella te quiere también…- suspiró su madre con resignación. –Sino, hubieras sido cambiado de dormitorio desde que llegaste.- sonrío divertida. –Según me contó Lauren hace semanas, había una apuesta de seducción y creo que tú eras el elegido, ¿no?- mi cara se puso roja y ambos se rieron. –Supongo que Bella no pudo contigo, es demasiado lista para hacer algo como eso…aunque sé que con Jacob no lo fue tanto.- ambos fruncieron el ceño al escuchar su nombre.

-Lo de la apuesta fue un problema varias veces, en especial la noche que decidió que la realizaría, pero tienen razón. Es demasiado lista para caer en esos juegos…-

-Eres perfecto para ella.- suspiró Charlie. –Estoy seguro que estará bien contigo.- no sé por qué, pero desde ese momento ya no pude quitar la sonrisa de mi rostro.

Hablamos durante horas, y tuve la oportunidad de conocer a los padres que Bella no sabía que tenía. Estaba ansioso por contarle todo, decirle lo que ellos no se atrevían a contarle. Deseaba verla sonreír al escuchar las historias. Necesitaba verla feliz de nuevo…

Pero Bella aún no despertaba, y eso comenzaba a desesperarme. Otra semana pasó, y no hubo respuesta por su parte, ya era 30 de diciembre –a eso de las once de la noche-, esperaba que regresara a nuestra realidad muy pronto. Me paré junto a la ventana, contemplando el cielo desde ahí.

-¿Edward?- me sobresalté al escuchar mi nombre. Lentamente me di la vuelta, con el rostro denotando la sorpresa…

As de Corazones: Capítulo X



Capítulo 10:

Noche de Copas.

Rosalie POV

La sala había quedado sumergida en un silencio sepulcral aquella tarde. Alice se había retractado automáticamente de sus palabras al ver la reacción de Bella, aunque, claro, eso no cambió en nada los planes que la pequeña duendecilla ya tenía preparados. Ella y Jasper habían estado hablando sobre ir a otro lugar, uno donde el padre de Alice había puesto su nuevo hotel. No es que me molestara mucho la opción, pero si llegaba a fastidiarme el hecho de no poder decirle a Bella que todo era culpa nuestra. Sabía que ambos acabarían juntos, tarde o temprano...

-Hubiera sido mejor tarde.- no pude evitar pensar en voz alta, lo que atrajo la atención de todos los presentes.

-¿Qué cosa, Rose?- preguntó Bella, mirándome de forma seria.

-Oh, no es nada. Lo siento.- noté incredulidad en su mirar, algo que no era frecuente.

Bella podía llegar a ser una persona muy despistada, pero en ocasiones, como ésta, podía llegar a ver a través de las personas. Como un sexto sentido o un don natural, así como Alice disfrutaba de "predecir" cosas que pasarían, o la facilidad de mi hermano para mantener todo bajo control cuando es necesario. A veces me pregunto si no hay algo anormal con todos nosotros, aunque considerando la situación actual, la palabra "anormal" no basta.

-Tranquila, amor.- susurró Emmett, apretando mi mano suavemente. -Todo saldrá bien.- esa frase la había escuchado mucho últimamente. Estaba preocupada, ¿cómo evitarlo?

Alice mantenía la mirada clavada en el suelo en esos momentos, pero fui capaz de ver una sonrisa comenzar a brotar en sus labios. Eso nunca era algo bueno. Esta sonrisa solo podía significar una cosa: un plan. La duendecilla de cabello rebelde tenía una brillante idea dentro de su cabecita, algo que sin duda nos crearía bastantes problemas.

-Bien, Bella. Tú ganas.- la vocecita de Alice rompió el silencio recién formado. -Nos quedamos aquí.- la cara de todos nosotros se convirtió en un poema.

¿Alice comenzaba a sentir culpa, acaso? Sus labios se curvaron traviesamente cuando me miró, por lo que comprendí que no era así. Esto estaba en el plan. La muy engañosa enana nos estaba utilizando a su merced a cada instante, y ya me estaba hartando de eso. ¿Es que Alice nunca va a madurar? No somos juguetes, y Bella mucho menos, ya es tiempo de que nos trate como humanos y no simples muñecos. Jasper le pasó un brazo por los hombros y la miró fijamente, sintiendo todo aquello que mi futura cuñada era capaz de transmitir. Definitivamente, esto a penas iba a dar inicio...

Alice POV

La forma de actuar de Bella me parecía de lo más infantil. Se estaba comportando como una niña caprichosa, dispuesta a todo por obtener un caramelo, aunque su situación era un poco torcida. Bella no quería su caramelo, o no sabía que lo quería. Emmett y Jasper habían estado insistiendo con eso de "no molestarla más", nada de bromas, juegos, ni salidas, y Rose no parecía estar en desacuerdo. Todos se sentían mal por lo que estaba ocurriendo, pero es que era algo inevitable. Todos supimos que había más que curiosidad en sus ojos cuando se miraban, más de rencor en los movimientos de Bella cuando bailaba con él, había más que deseo en el beso que compartieron. Ella se gustaban, y mucho.

Comprendo que no puedan darse cuenta, talvez sea muy pronto, pero nunca comento errores. No pretendo decir que no soy culpable, o que no me siento mal, pero sé que es lo mejor para ellos, y pronto me lo vana agradecer. Ayudaré a su relación, si es que pueden llamarle a lo que tienen relación.

-¿Hablas en serio, Ali?- preguntó en un susurro la dueña de esos curiosos ojos chocolate. -¿Nos quedaremos aquí?- su voz denotaba una sorpresa muy propia de este tipo de situaciones. Es raro que yo ceda una vez he decidido llevar a cabo uno de mis planes, aunque… Ella no tiene que saber que este es el verdadero plan.

-Si, Bella.- dije con mi tono más sincero. –Ya estás pasando por mucho, no es necesario agregar más.- lo que siguió no me lo esperaba, y creo que nadie. Bella saltó a mis brazos emocionada, agradeciendo que lo entendiera. Y no pude menos que sonreír, conciente de la culpabilidad que se apoderaba de cada uno de mis miembros. ¿Cómo podía seguir sonriendo cuando todos estaban formando muecas en sus rostros?

Edward se mantuvo tranquilo, sin participar en la conversación en ningún momento. Creo que su modo de apoyar era más eficiente que el nuestro, aunque notaba cierta tristeza en sus ojos verdes y mucha incomodidad en sus movimientos. Y eso no era lo mejor para él. No podía culparse por una noche de copas, podía haberle pasado a cualquiera. Bella podría haber acabado en la cama de alguien más, y eso si hubiera sido un desastre.

Me alegraba en demasía que hubieran dormido juntos. Sabía que Bella estaba descontenta con la idea de eso. Desconocía totalmente la razón. No es como si fuera a perder su virginidad en un arrebato de locura. Bella ya había tenido un novio antes, un chico que la había lastimado de muchas formas, no es de sorprenderse que Jacob Black hubiera sido su primer acostón. Aunque algo me decía, muy dentro de mí, que talvez estaba equivocada.

¿Qué tal si esa hubiera sido su primera vez? Me tensé con solo pensarlo. No era posible que una chica tan bonita, siendo asechada por tantos chicos, jamás hubiera llegado a la cama de alguno. No es que se la pasara saliendo con hombres, pero si a tenido citas y ha llegado lo bastante tarde como para sospechar que no terminaban de forma inocente. Sobretodo porque luego no contestaba las llamadas de esas personas, como si estuviera avergonzada por haber permitido más de lo debido.

Rosalie y yo solíamos pasar por situaciones de esa clase de vez en cuando, siempre habíamos sido muy liberales, y no era de extrañarse que, pasando tanto tiempo juntas, Bella fuera igual. Ella no podía ser virgen.

Jasper POV

No pude evitar estremecerme cuando Bella se separó del pequeño cuerpo de mi prometida. Un extraño sentimiento se apoderó de mí en ese momento, impidiéndome sonreír igual que el resto. Edward se giró en ese momento en mi dirección, curioso, reservado, tranquilo. Podía distinguir en su mirada todo el tormento que albergaba su alma, la culpabilidad por sus actos y la preocupación por nuestro recibimiento de la noticia. Pero él no tenía nada que ver con lo que nosotros hacíamos. Era un peón más en el tablero de ajedrez de mi novia, y todos estábamos jugando.

La expresión de Bella era de completa alegría, algo que no había visto desde la mañana anterior. Definitivamente, todo se nos estaba yendo de las manos. Era imposible que pudiéramos mantenernos unidos si eso dañaba a nuestra amiga. Alice podía repetir una y otra vez que todo terminaría bien, pero yo sabía que algo no sería así. Talvez solo por un momento debía considerar en contarle todo a Bella, pero, ¿de qué serviría eso? Marco Vulturi había interferido ya, había dicho dos meses y nadie puede contradecir a uno de los Vulturis. Son de las personas más poderosas de todo el país.

-Edward, ¿podemos salir un momento?- el aludido asintió una vez con la cabeza y se encaminó a la puerta. Emmett se puso de pie instintivamente, poco dispuesto a dejarme solo con su hermano.

Es cierto que en otras ocasiones he exagerado cuando se trata de chicos que se acercan a Bella, pero sería incapaz de dañar a Eddie. Aunque claro, Emmett tenía sus dudas. Y eso se reflejaba en la intensa mirada con la que traspasaba mi espalda mientras caminábamos por el pasillo, lejos de la habitación donde permanecían las chicas.

-Edward, escúchame bien, por favor.- sus ojos verdes se clavaron en los míos. –Nada de lo que está pasando es culpa tuya. Comprende eso.- él no dijo nada, y por un momento sentí todo su dolor en mi cuerpo.

-No hice nada, salvo robarle su virginidad.- No podía creerlo, era cierto que nos había mencionado antes que él y Bella habían tocado un punto profundo en su noche de bodas, pero nunca había reconocido ese hecho.

-¿De qué hablas?- los ojos de Emmett se abrieron desmesuradamente mientras tomaba a su hermano por el cuello de la camisa. -¿Qué acabas de decir?- preguntó de nuevo, molesto.

-Emmett, por favor.- coloqué la mano sobre su brazo, logrando que liberara a Edward antes que la cosa empeorara. –Él tiene razón. Bella jamás quiso admitirlo frente a ustedes, pero jamás había llegado tan lejos con un chico. Solo lo sabía yo.-

-No… No es posible.- en una milésima de segundo chocaron cientos de sentimientos en el rostro de mi amigo, entre ellos un profundo dolor y el remordimiento. Nadie sabía que Bella se mantenía virgen, y mucho menos que lo hacía por una promesa a su madre. Y ahora, eso no podría seguir como debía.

Bella POV

Después de que los chicos se fueron, nos quedamos sentadas en silencio. Un silencio espeso e incómodo. No sabía qué decir, y creo que mis amigas pasaban por lo mismo. El hecho de no poder separarme de Edward Cullen en dos meses me alteraba de manera considerable los nervios, a demás de sumergirme en una de las oscuras verdades.

Hasta el momento, jamás le había contado a nadie, además de Jasper, de la promesa hecha a mi progenitora antes de su muerte. Era algo que no quería divulgar por ahí, algo que ni Rose ni Ali sabía. Esa era la razón por la que me veían de peor manera, por el remordimiento de perder algo tan importante y de la forma más estúpida posible. Mis amigas no lograrían comprender lo que significaba para mí todo eso, pues ellas habían perdido sus virginidades años atrás. Yo era distinta, siempre lo había sido.

Podría jurar que ambas pensaban que yo no contaba con ella, que solo estaba perturbada por la velocidad vertiginosa con la que mi vida se había modificado, convirtiéndome en una mujer casada. Pero, ellas estaban realmente equivocadas en ese asunto. Y no era de sorprenderse, considerando que les ocultaba cosas.

-¿Alguna quiere té?- la simple pregunta de Rosalie fue lo último que escuché en toda la tarde. Después de eso, los chicos volvieron y las dos parejas se marcharon, dejándonos a Edward y a mí solos.

Dos Semanas Después

Los últimos catorce días habían sido una tortura total. No había un solo momento del día en que Edward y yo no discutiéramos por algo. Talvez fuera mi decisión de culparlo por lo ocurrido tantas veces como fuera posible, o la suya de hacerme entender que mi vida podía ser aún más miserable. Ambos nos comportamos como niños malcriados, siempre molestando al otro. Y, aunque me disgustara aceptarlo, la mayoría del tiempo me parecía muy divertido.

Los ojos verdes de Edward solían brillar con una chispa de alegría cuando nuestras batallas en la cocina parecían más juegos que riñas, aunque siempre alguien acababa de mal humor. Ambos contamos con un carácter para temerse, por lo que Emmett y Rosalie procuraban no pasar mucho tiempo con nosotros.

Jasper y Alice, por su parte, estaban muy ocupados con sus preparativos de la boda. No podía faltar nada para el evento del siglo como solía denominarlo la enana de cabellos negros. Era imposible acercarse a Alice sin que te asaltara con un montón de comentarios sobre el color de las servilletas o las flores de los arreglos. Comenzaba a envidiar la alegría en sus ojos al decir "boda".

Sin duda alguna, yo no estaría entusiasmada por casarme. Supongo que es parte de mi naturaleza evitar todo tipo de grandes reuniones, más cuando debo ser el centro de atención. Ese llegaba a ser el único punto a favor de mi "boda" con el hermano de Emmett. Los puntos en contra, eran demasiados como para desear enumerarlos.

-¿Quieres un refresco?- ofreció Edward en tono cordial cuando se levantó del sofá. Sus ojos estaban serios, algo inusual en él.

-No, gracias.- me mordí la lengua a penas respondí. Tenía entendido que le había dicho que no volvería a hablarle. Sin embargo, lo estaba haciendo. Una pequeña sonrisa adornó sus labios ante mi respuesta, dándose cuenta de lo mismo que yo.

-Siento lo de esta mañana, Bella.- le saqué la lengua de modo infantil y me giré de nuevo, dándole la espalda. Lo escuché bufar frustradamente y marcharse a la cocina.

Todo parecía indicar un día normal. Todo… Hasta que sonó mi teléfono celular.

La estridente y emocionada voz de Alice sonó del otro lado de la línea. Era imposible ignorarla mientras comentaba algo sobre una noche de fiesta. Lo que menos me apetecía era salir a un club nocturno, no era muy dada a ese tipo de reuniones y mucho menos desde lo ocurrido la última vez. Antes que pudiera negarme, reparé en el detalle de que Alice había cortado la llamada.

Edward POV

Cuando volví con mi refresco pude notar el mar humor de mi compañera. Era evidente que Alice había llamado. ¿Qué podía planear la pequeña un sábado por la noche? La sola pregunta, sumado a la cara de enfado de Bella, me dio la respuesta. Alice acababa de invitarnos a salir por la noche y, por lo visto, no podíamos negarnos.

No había terminado de enlistar los pros y contras de aquello cuando mi móvil vibró en mis jeans y tuve que responder. Lo sorprendente, es que la llamada provenía de un emocionado Jasper. No pude creer escuchar su voz con un tono tan alegre al hablar de un salida grupal a un club por la noche. Era una de esas cosas a las que mi amigo se negaba a asistir en casa. Siempre era Emmett el emocionado, y Jasper y yo los indispuestos. Esta vez, para variar un poco, Jazz quería salir a bailar.

Bella se levantó antes de que colgara, y pronto la vi salir de su habitación con una toalla en la mano, lo que me dio a entender que tomaría una ducha primero. No pude menos que permanecer sentado en el sofá y mirar –de forma distraída- el televisor.

Pasados veinte minutos, escuché la puerta del baño abrirse. Me giré instintivamente, y lo que vi me dejó helado. Bella caminaba rumbo a su dormitorio envuelta en una pequeña sábana que solo cubría lo necesario. ¿Intentaba, acaso, probarme de algún modo? Su mirada divertida se cruzó con la mía antes de cerrar su puerta. Definitivamente, esta sería una noche interesante.

Una vez estuve listo, vistiendo pantalones negros y una camisa azul, me senté en la sala, esperando que mi esposa saliera de su cuarto. Los minutos parecían no transcurrir y , francamente, ya me estaba desesperando. Habíamos quedado de vernos en el club más popular de Las Vegas. Suspiré cansadamente antes de girarme al escuchar la puerta. Y si antes me había quedado helado al verla, esta vez no se podía comparar.

Bella se veía realmente hermosa. Vestía un ajustado top rojo y una falda –extremadamente corta- de mezclilla oscura. Llevaba zapatillas rojas, más altas de lo que usualmente solía calzar. Su cabello estaba ondulado suavemente, cayendo en cascada sobre sus hombros. El maquillaje era ligero, pero resaltaba sus facciones de forma divina. Y era imposible no apreciar las formas de su cuerpo en esa ropa. Una sonrisa traviesa se posó en sus labios al ver mi rostro. Estoy seguro que encontró algo divertido en él, porque soltó una pequeña risa antes de salir de la habitación.

El club era realmente enorme. Había parejas bailando por todos lados, y estaba repleto. Alice y Jasper nos esperaban en una mesa en el fondo, bebiendo dos margaritas. Emmett y Rosalie ya estaban en la pista, entre muchos otros. Alice casi lloró al ver a Bella. Creo que nunca se había arreglado de esa manera sin ser obligada, lo que realmente dejó sin palabras a su amiga y sin aliento a Jasper.

El regreso de mi hermano y su novia trajo varios silbidos que colorearon las mejillas de mi pareja. Instintivamente sonreí, divertido ante la simple acción. Pronto ordenamos algunas bebidas, y mucho más pronto me arrepentí de ello. Talvez fuera el humo o las luces, incluso la atmósfera atrevida o la simple sensualidad de Bella, pero de un momento a otro me encontré mirándola con descaro. Intentaba recordar nuestra primera noche juntos, volver a sentir su cuerpo junto al mío, el sabor de sus labios. Las dos parejas se habían marchado a bailar, dejándonos completamente solos.

Sentí a Bella inclinarse en mi dirección y sus preciosos ojos cafés me miraron de una forma penetrante. Su postura cambió gradualmente, o talvez fue la mía, pero pronto nos encontramos cara a cara. Sus manos aferradas a su asiento por un costado, y una de las mías sobre su rodilla. Sus labios se curvaron de nuevo, traviesa, sexy…

-¿Quieres besarme?- la pregunta escapó de mis labios sin siquiera proponérmelo. Ella no pareció sorprendida ni incómoda, solo divertida.

-Ni que fueras bueno en eso, Eddie.- el tono de su voz y el apretón que dio a mi muslo bastaron para que todo resto de razón se perdiera. No soportaba el hecho de que sus palabras parecieran ciertas para ella. Y su énfasis en "eso" no parecía referirse solo a mi forma de besar, lo que me llevó a pensar en algo más.

-Te demostraré lo contrario, Bella.- antes que fuera capaz de reaccionar, o que yo lo impidiera, la estreché entre mis brazos y presioné nuestros labios.

El ritmo del beso fue apasionado desde el comienzo. Era imposible que con un simple movimiento de su lengua consiguiera tanto. Isabella poseía una sensualidad innata, sumada a una inocencia propia que lograba nublarme los sentidos y cortarme la respiración. No sé en que momento nos pusimos de pie, pero cuando nos separamos para tomar aire reparé en el hecho de que mantenía su cuerpo aprisionado entre el mío y la mesa.

Su pecho subía y bajaba velozmente, intentando recuperar la respiración perdida. Sus ojos buscaron los míos, envueltos en una pasión que no recordaba haber visto en alguna ocasión anterior.

-¿Qué dices ahora?- no pude evitar sonreír de forma engreída al lanzar la pregunta. Supongo que ella también reparó en el detalle, pero no le dio importancia.

-Aún no pruebas nada.- su sonrisa era burlesca. Parecía divertirse con la situación.

Estaba por responder cuando sentí sus manos tomar el cuello de mi camisa y sus labios chocar con los míos. Isabella Swan quería jugar, y yo no era nadie para negarle tal oportunidad…