Noche.
En la sala de la enorme mansión Cullen reinó el silencio por algunos minutos. Los ojos dorados de Carlisle Cullen se clavaron en los ojos borgoña-violeta de Isabella Swan, mientras el resto de la familia permanecía tras su líder, parados en línea recta y sin despegar la mirada de la figura femenina de castaña cabellera. Alice Cullen, única conocedora del secreto de Isabella, dio un paso al frente y le sonrió a su padre cuando ambos fijaron su mirada en ella.
-Un gusto conocerte, Isabella.- murmuró Carlisle. –"Es momento de que sepamos la verdad sobre ti. ¿Qué hace una vulturi en nuestro territorio?" – el pensamiento del líder de los Cullen fue oído por la vampiresa, más ésta, solo negó con su cabeza, dando a entender que no hablaría del asunto, al menos esa noche.
-El gusto es mío, Sr. Cullen.- respondió educadamente, justificando de ese modo el movimiento de cabeza que los demás no habían comprendido.
-Toma asiento, Isabella.- dijo Esme, la madre de los Cullen, con su tono maternal, mientras miraba con curiosidad a la muchacha de ojos violáceos y nívea piel.
La aludida se sentó en uno de los blancos sillones, y a su lado se sentaron Edward y Jasper, sobre el que se encontraba su adorable y pequeña esposa. Emmett y Rosalie se acomodaron en otro sofá, dejando un sitio para Esme, y Carlisle ocupó el sillón individual.
-Puedes iniciar, Isabella.- habló Carlisle con tono serio. Ella sólo asintió, mientras todos –a excepción de Alice- miraban a Carlisle y luego a la chica.
-Nací en Barcelona, España, en 1935.- en la sala reinó un silencio sepulcral. –Hija de Charlie y Renée Swan. Mi padre murió antes de que yo naciera, y mi madre estuvo sola desde entonces, hasta que encontró a alguien capaz de cuidar de nosotras. Phil Dywer, un hombre de buen nombre y grandes amistades. Pronto nuestro hogar se vio lleno de dicha y vivíamos en armonía...- se detuvo, sumergida en los recuerdos, ausente de la realidad.
-¿Qué ocurrió entonces, cariño?- preguntó con ternura Esme, invitándola a continuar.
Los labios de Bella temblaron, y el color de sus ojos comenzó a tornarse opaco. Su mente se llenó de imágenes, imágenes de ese pasado que tanto había deseado borrar en esos años. Un pasado que ahora podía narrar libremente…
- . - . - . - . - . - . - . - .-
La ciudad era azotada por una fuere lluvia. La gente se refugiaba en sus hogares, y los niños miraban tristemente -por las ventanas- aquellas gotas de agua que les impedían salir a jugar. Todo Barcelona estaba oculto tras oscuras nubes, mientras fuertes estruendos rompían la tranquilidad de la tarde. Relámpagos encendían el sombrío paisaje cada instante, dándole al ambiente un manto lúgubre y siniestro.
-¡Basta!- gritó una chiquilla de apenas quince años. Sus orbes color chocolate estaban húmedas y retenían, con mucho esfuerzo, las gotas saladas que rogaban por escapar de ellas.
El hombre la miró encolerizado y se apartó de la mujer que ahora se encontraba en el suelo, con los labios manchados de sangre y algunos moretones en sus blancos brazos.
-¿Quién eres tú para levantarme la voz?- preguntó el hombre a la niña, mirándola con una superioridad que daba asco.
-No vuelvas a tocarla.- amenazó la pequeña entre dientes, mirando con descaro a su padrastro. –No entiendo por qué se fijó en ti. Eres una basura.- su mejilla pronto quedó dolorida por la bofetada recibida, y aunque algunas lágrimas brotaron de sus ojos, la mirada firme no se borró.
-¿Quién te crees, niñita?- cuestionó con furia el hombre, mientras sujetaba con violencia a la muchacha por los hombros. –Responde, Isabella.- comenzó a zarandearla, para luego escupirle en el rostro y lanzarla al suelo. Luego se marchó.
-¿Mamá?- preguntó a la mujer, acariciando las mejillas empapadas de su madre.
-Tranquila, estoy bien.- intentó ponerse de pie, pero cayó al suelo de nuevo. Isabella notó entonces los demás golpes, marcas provocadas por los puños y las patadas de aquella bestia que ella debía llamar padre y respetar ante la sociedad.
- . - . - . - . - . - . - . - .-
-Ese fue sólo el comienzo.- dijo aún ausente. –Las peleas verbales se volvieron cosa de todos los días, a veces solo abofeteaba a mi madre y luego se marchaba. Hubo ocasiones donde ambos se golpeaban, mi madre siempre tuvo un carácter extraño: en ocasiones era muy dulce, otras, peor que el demonio.- una pequeña sonrisa se extendió por sus labios rosados, pero pronto desapareció.
Nadie dijo nada por algunos minutos. Alice estaba apoyada en el pecho de su esposo, y sus ojos dorados estaban apagados, parecía a punto de llorar. Carlisle estaba ausente, perdido en un torrente de emociones. Y ella continuó.
-La actitud de Phil no cambió, y mi madre comenzó a volverse sumisa ante él. Estaba asustada, yo lo sabía, pero se negaba a contarle a alguien nuestros problemas. Si el la humillaba, ella no renegaba ya, se quedaba callada o bajaba la mirada. Si él la golpeaba, ella ponía la otra mejilla. Era enfermizo. Esa ya no era mi madre, y cada día detestaba más su comportamiento. Phil se aprovechaba de ella, la obligaba a trabajar como una criada en su propio hogar, y constantemente la ofendía frente a sus amigos. Yo estaba harta, pero él era mucho más fuerte que yo, me lo había demostrado cada vez que interferí en las palizas a las que sometía a Renée. Yo no temía por mí, sino por mi madre, por lo que comencé a ser más tranquila y dejé de levantarle la voz. Una que otra vez se me escapaba la situación de las manos, pero bastaba una bofetada para que recuperara la cordura. Por las noches solía llorar en mi pieza, rogaba a los cielos que el sufrimiento de mi progenitora acabara, pero el día no llegaba. Y cuando lo hizo, no fue como yo esperaba.-
- . - . - . - . - . - . - . - .-
-¡Estoy harto de ti y de tu estúpida hija!- gritó Phil antes de azotar la puerta y abandonar la casa.
La chica de cabellera castaña corrió hasta la sala, ayudando a su madre a levantarse del frío piso. La mujer intentó brindarle una sonrisa a su hija, pero sólo logró formar una mueca en sus labios. Tenía un ojo morado y el labio partido, algún moretón más en su rostro, los brazos cubiertos de rasguños y las piernas lastimadas, sus rodillas sangraban y sus cabellos lucían desordenados.
-Esto debe acabar, madre.- sentenció con firmeza la muchacha, frenando con un movimiento de cabeza las lágrimas que intentaba empapar su rostro. –No puede seguir tratándote así. No puede.- susurró torpemente, frenando los sollozos traicioneros que escapaban de su pecho.

-Eso no es verdad.- negó ella molesta. -¿Cuándo dijo Dios que la mujer había nacido para ser humillada por el hombre?- cuestionó a su madre. -¿Dónde está escrito que debes ser pisoteada por tu esposo?- ella no dijo nada, y la hija cayó al suelo de rodillas, aferrada a la falda de su madre. –Por Dios, y por el recuerdo de mi padre, Charlie Swan y no esa bestia que te lastima cada día, marchémonos de esta casa, de Barcelona o de España si lo deseas, pero vámonos.- rogó entre lágrimas.
-No puedo, Bella.- sollozó Renée Swan, cayendo de rodillas junto a su hija y abrazándola cariñosamente. –Pero tu sí, sal de aquí ahora, vete lejos y sé feliz.- la muchacha sollozó más fuerte y negó con la cabeza tercamente, alegando que jamás se apartaría de su madre. –Por el amor de Dios, Isabella, hazlo por mí y por tu padre, por su recuerdo y el mío.- la chica no respondió, pero se abrazó con más fuerza de su mamá.
Y las horas pasaron, y ninguna se movió. No, hasta que la puerta se abrió con violencia.
-Par de estúpidas.- escupió el hombre con desdén. –Levántate del suelo y haz la cena, vieja inútil.- su aliento alcohólico pronto llenó la habitación, y la botella de vino que traía en la mano cayó al suelo, derramando lo que quedaba de licor en el piso. –Y tú, chiquilla tonta, ve y compra otra botella.-
Ambas mujeres se levantaron y Renée se apresuró a hacer la cena para su esposo, mientras Bella sacaba un poco de dinero del frasco de la comida y se disponía a salir de casa. Pero Phil la cortó antes de llegar a la puerta. La tomó por el brazo y la aprisionó entre su cuerpo y la pared cuando Renée no miraba.
-No tardes mucho, Bella.- le dijo en un susurro apenas audible. –Tengo planes para nosotros dos esta noche.- ella no dijo nada, pero salió disparada en cuanto tuvo la oportunidad.
El camino a la licorería fue largo y tortuoso, estaba oscurecido y casi no había gente en la calle. El aire fresco le azotó el rostro mientras atravesaba un callejón oscuro, y sintió un miedo terrible al irse aproximando a su casa. Un mal presentimiento se apoderó de ella, y corrió dentro de la vivienda, para encontrar su peor pesadilla vuelta realidad.
- . - . - . - . - . - . - . - .-
Se detuvo abruptamente, y todos se tensaron en sus lugares al verse devueltos a la realidad. El tono en que narraba los hechos los había hecho entrar en una especie de transe, y casi fueron capaces de ver lo que había ocurrido con sus propios ojos. Como si se tratase de una película.
-¿Qué ocurrió entonces? ¿Qué encontró?- cuestionó Emmett con su voz repleta de ansiedad. Rosalie apartó la mirada de la muchacha, y llevó por instinto las manos a sus brazos, para comenzar a frotarlos como si tuviera frío. Alice se aferró más a Jasper, y éste comenzó a mandar ondas de tranquilidad en todas las direcciones posibles. Esme mantenía una mano sobre su boca, intentando mantenerse serena. Carlisle sujetaba la mano libre de su mujer entre las suyas, y miraba de reojo a su hijo, Edward, quien mantenía los puños crispados y los ojos oscurecidos por la furia.
-El mató a mi madre aquella noche.- dijo entre sollozos que alarmaron a todos. –No me explico el motivo cuando se lo pregunté, pero me demostró una de las causas.- su voz sonaba lastimera, y todos pudieron sentir su dolor en carne propia. –Jamás quiso a Renée, jamás sintió nada por ella, sólo…sólo deseaba adueñarse de su estúpida e inútil hija.- se llevó ambas manos al rostro, parando el llanto que amenazaba con dominarla. –Y claro, como tontas caímos en la trampa.-
-No entiendo.- susurró Alice en tono demasiado bajo para un humano normal. -¿Cómo pueden existir personas así?- su voz se quebró y tuvo que ocultar su rostro en el pecho de Jasper de nuevo.
-La mató para poder manejarme a su merced. Aquella noche abusó de mí, puso sus asquerosas manos sobre mi cuerpo, y estuve a punto de matarlo, pero me fallaron las fuerzas, sólo fui capaz de golpearlo con una botella para dejarlo inconsciente. Y escapé.- dijo lentamente, ausente de nuevo.
- . - . - . - . - . - . - . - .-
El golpe sonó seco, y se escuchó el eco que produjo en la casa ahora vacía. Se puso de pie con torpeza y se vistió apresurada con lo primero que encontró. Se colocó los zapatos mientras salía de casa a la mayor velocidad que sus piernas –ahora adoloridas- le permitían.
Gotas de sangre trazaban el camino que sus pies le guiaban, mientras más de ese líquido rojo corría por la mallugada y blanquecina piel de sus largas piernas. Corría en la oscuridad, mientras el resto de la gente –aquella que podía disfrutar de la tranquilidad y el calor de sus familias- se encontraba pacíficamente en sus hogares. No había una sola alma errante esa noche, a excepción de la suya. O al menos eso creía.
Tropezó en un callejón húmedo y frío, sus piernas flaquearon e impactó contra el asfalto; ya no fue capaz de levantarse. Cerró los ojos y dejó que varias lágrimas se libraran de sus ojos y mojaran el suelo del callejón. Escuchó ruido, pero no quiso mirar a quién fuera el causante. No importaba ya.

Y entonces una figura se posó ante ella. Era una mujer, joven, de figura espectacular. Pero lo que captó su atención, fueron la belleza tan peculiar de la desconocida y sus ojos violetas, ahora oscurecidos. No pudo evitar sentirse aliviada al clavar su mirada en la de aquella hermosa mujer.
Había leído las descripciones de varias criaturas similares: belleza descomunal, ojos que cambian de color, atractivo aroma dulce, voz aterciopelada, piel pálida, velocidad inhumana… Estaba segura, no podía errar, esa criatura era un vampiro, era una vampiresa. La vampiresa que acabaría con su vida en unos segundos, la que le ayudaría a reunirse con su madre pronto. Y eso, en aquél momento de desesperación, le pareció el mejor regalo de los cielos.
- . - . - . - . - . - . - . - .-
-¿Ella fue quien te transformo, no?- inquirió Carlisle con tono serio. Sus ojos miraban fijamente a la vampiresa, buscando la verdad en ella.
-Si, ella lo hizo.- dijo en un murmullo. –No sé que vio en mí en aquellos momentos para tomar esa decisión. Era una frágil humana, desangrándose y con un olor delicioso. O al menos eso dijo ella, y aun así, aquí estoy.- una pequeña sonrisa, o intento de una, se extendió por su rostro. –Yo sabía que ella era un vampiro, y no le temía. Ansiaba tanto la muerte en ese momento, que yo misma le ofrecí mi sangre. Le mostré mi cuello y la dejé morderme, solo ansiaba que todo se fuera. Y fui feliz cuando sus colmillos atravesaron mi piel, porque todo el dolor desapareció.-
-¿Qué dices?- cuestionó sobresalto Edward. -¿Qué hay del dolor de la transformación?-
-¿Dolor?-preguntó inocentemente. –No hubo tal cosa. No sentí nada, y llegué a pensar que había muerto, pero había demasiado ruido para ser el infierno. Abrí los ojos esperando ver dónde me encontraba, no entendí nada al principio, sólo que seguía estando en el mundo, aunque ya no me encontraba en Barcelona.-
-Debo suponer que tuviste algo que ver con el asesinato en 1950, ¿me equivoco?- el tono de Carlisle era apremiante.
-No, no te equivocas.- sentenció ella. –Yo fui responsable de semejante acto, y no me arrepiento de ello. Ese hombre destruyo mi vida y acabó con la de mi madre, era justo que le regresara el favor.- dijo seriamente ganándose una extraña mirada de todos los presentes. –Es por ese crimen que he sido condenada a escuchar el latido de un corazón que se ha detenido hace más de cincuenta años.-
-Eso es algo que me intriga de tu condición vampírica. ¿Cómo es que puedes poseer tantas cualidades humanas?-
-Yo tampoco lo entiendo, Carlisle.- respondió ella. –Cuando acabé con la vida de...ese hombre, mi corazón latió de nuevo y muchas cosas que los humanos poseen despertaron en mí, como la capacidad de sonrojarme o llorar. La teoría que manejamos es que ansiaba tanto la vida de ese hombre, que pasó a ser la mía propia. Parte de mi don, como diría mi hermana.-
-¿De qué don haces mención, Isabella?- le preguntó Jasper, quien hasta el momento se había mantenido en silencio total.
-Este mismo.- dijo tomando la mano del aludido entre las suyas. Todos se tensaron y Jasper cerró los ojos, pero nada pasó. –No se asusten, no es nada malo.- dijo con una sonrisita. –Puedo copiar los dones de otros vampiros al contacto.- Edward y Alice se tensaron de nuevo.
Bella comenzó a reír musicalmente, pero pronto se vio interrumpida por una visión inoportuna: un neonato. El vampiro neófito deambulaba por el bosque de Forks, desorientado, y parecía estar muy cerca del pueblo. Debía darse prisa y detenerlo.
-¿Isabella?- preguntó Alice a la muchacha, dándose cuenta que había tenido una visión, tal y como solía tenerlas ella.
-Debo irme.- susurró, y antes que pudieran decir algo, Isabella Swan ya no estaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario